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Por Mateo Secades
La Habana.- Elon Musk tiene dudas aún. No está totalmente seguro de que debe invertir esa cantidad de dinero en comprar la isla y los mil 600 cayos adyacentes. Y su indecisión no tiene nada que ver con el éxito del proyecto, sino con lo que puede ocurrir en ese momento exacto en que salgan las autoridades actuales y entren sus hombres, con la maquinaria más moderna del mundo, a convertir el país en un parque temático sin comparación.
Cierto que invertirá dos quintas partes de su fortuna en comprarlo todo. Pero necesita una cantidad igual para mantener el país fantasma de ahora y construir uno igual, moderno, sofisticado, porque su idea es no destruir nada y levantar un mundo diferente. El de ahora, ese que dejan los comunistas, estará allí, habilitado para los turistas, como hacen los chinos en los lugares destinados a los vacacionistas y curiosos, en los cuales las personas se abrazan por el día a las tradiciones, y en la noche se van a apartamentos modernos, a vivir la vida actual.
Solo que el de Cuba, según me cuenta a mí y a mi amigo Tipán, que permanecemos absortos, con los ojos que se nos quieren salir de las órbitas mientras nos comemos unos pistachos con un plato de sopa, será el más grande e impresionante del mundo. Será un parque temático para que los cientos de millones de turistas que lo visiten cada año, sepan cómo se vivía en Cuba en el tiempo del comunismo.
Musk no nos explicó cómo consiguió convencer a los dictadores para que se fueran de Cuba. No reveló la cantidad que puso en la cuenta de cada uno de los miembros de la familia Castro. Solo nos dijo que a Mariela todo le parecía poco, lo mismo que a su sobrino, al que llaman El Cangrejo. También nos dijo que Sandro Castro quiso quedarse, y que él lo aceptó, porque todo lo que había en el país de la miseria no era malo. Había lugares donde la gente vivía bien.
Cuando Tipán lo fue a interrumpir, el hombre más rico del mundo le guiñó un ojo, le hizo un gesto con la mano como diciéndole que no se preocupara por esas nimiedades, que él lo tenía todo muy bien pensado, y que Sandro Castro solo viviría una vida supuesta. Y Tipán y yo recordamos que habíamos leído algo de eso en el proyecto inicial del parque temático, lo mismo que el CEO de Tesla nos comentó desde la primera vez.
Para los que no saben de qué hablamos, el ingeniero jefe de Space X quiere poner a los cubanos a vivir dos vidas. Una tal cual es ahora, con las personas en las mismas casas, con la misma pobreza, los mismos hospitales desvencijados, las escuelas cayéndose, sin transporte, sin alimentos y con colas enormes para comprar lo que aparece en alguna tienda. También sin medicinas, con la policía persiguiendo a todo el que creen que está en contra del régimen, y con el chivato a borbotones. No se tocará nada, o sí, pero se hará al ritmo que lo ha hecho el gobierno en los últimos 40 años, que es casi lo mismo.
Millones de personas vivirán así durante el día. Tendrán que convertirse en actores para que los turistas, todo esos que nunca vivieron el comunismo, tengan una idea de lo que significa caer en las garras de gobiernos totalitarios como el implantado en Cuba por la familia Castro, a base de engaños, tergiversaciones y mentiras.
Nada se le escapó al dueño de Twitter en su proyecto, para lo cual compró la isla al gobierno anterior y a cada uno de los cubanos, con la condición de que trabajaran para él. Porque esos mismos, que llevarán de día la vida miserable del castrismo, irán tras terminar su jornada laboral a los pueblos nuevos edificados por el magnate, con casas acordes a lo que cada uno aporta, con mercados abarrotados, con un sistema de transporte que incluirá hasta metro y teleférico, ferrys y aviones, y miles de taxis. Ninguno de esos medios utilizará la infraestructura heredada del castrismo.
Tipán y yo nos habíamos comido dos kilos de pistachos con sopa, que es la comida preferida de Musk, y no me pregunten por qué, porque no tengo ideas. Hasta ahora yo nunca había visto esas semillas duras por fuera. Incluso, las primeras me las intenté tragar así, y a Tipán le pasó lo mismo. Solo que Elon, porque hasta nos permite que lo tuteemos, nos explicó cómo era.
En ese tiempo que estuvimos con él, vimos los proyectos de las plantas solares que le darán energía a Matanzas, y que no se romperán como la termoeléctrica Antonio Guiteras. También la fábrica de vehículos eléctricos de Guanajay, y observamos cómo unas dragas noruegas iban a dejar la Bahía de La Habana. La idea de dos ciudades, una dentro de otra, una desvencijada y otra reluciente, me pareció una locura. Incluso, Tipán casi se desmaya cuando vio la recreación del Estadio del Cerro, como se llamará el nuevo parque de béisbol, a donde vendrán a jugar hasta equipos de Grandes Ligas, sin destruir el Latinoamericano, que será sede, como siempre, de los Industriales de la Serie Nacional.
-¡Qué locura! -Me decía Tipán cada vez que tropezaba con una idea nueva o veía las recreaciones de lo que Elon Musk tenía pensado hacer con una cosa u otra. Y no era para menos, porque el hombre iba a convertir una isla desvencijada, con su gente muriendo de hambre y tristeza, en una tierra próspera, por una parte, y en una especie de museo para mostrarle al mundo lo que es el comunismo, por otra.
Es como si los japoneses hubieran levantado Hiroshima al lado de las ruinas de la ciudad bombardeada, y hubieran dejado el amasijo de hierros y escombros de la guerra para que el mundo lo tuviera siempre presente. En tanto los sobrevivientes, sus hijos, nietos y biznietos, siguieran su existencia en una urbe como la actual.
-Son cosas de locos. -Me dijo Tipán, a quien siempre se le ocurría una pregunta nueva, aunque solo había que preguntarle al ordenador que teníamos al frente sino queríamos molestar a Musk. La máquina respondía al momento y nosotros quedábamos complacidos.
Cuando ya íbamos por el final del segundo plato de sopa y la montaña de cáscaras de pistachos se salían de una gorra donde las echábamos, a Tipán se le ocurrió una pregunta que acabó con el proyecto.
-Elon -le dijo al hombre más rico del mundo-, ¿qué harás con los CDR?
Musk se levantó molesto de donde estaba, casi nos gritó que en su parque temático no quería saber de chivatos, y nos pegó una hostia a cada uno. La mía fue tan dura que en ese momento desperté desconsolado, porque me había tomado en serio aquello de que los Castro y su cohorte de secuaces iban a abandonar de verdad el país.