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Cuba, el comercio electrónico, la escasez y las ideas de los gobernantes

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Por Jorge Sotero
La Habana.- Desde que dejó su puesto como ministro de Educación Superior y Raúl Castro se lo llevó como vicepresidente, Miguel Díaz Canel se propuso informatizar la sociedad cubana, pero su plan no fue más que una quimera, alimentada por esos que lo siguieron desde siempre, sin tener ideas de lo que implicaba lo que pretendía el futuro gobernante.
Miguel no tiene nada que ver con Díaz Canel. Casi llega a los 80 años y tiene un viejo Moskvich, en el que lleva a su esposa al médico una vez a la semana y que le sirve para rastrear la escasa comida que se puede conseguir en La Habana, una tarea casi imposible para el bolsillo de un jubilado, que resuelve porque tiene otro trabajo, reparando ventiladores, clandestino, en su casa.

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El viejo Miguel no encuentra combustible por ninguna parte. Al fin, sin opciones, no tuvo más remedio que hacerse una cuenta en Ticket, la aplicación que implementó el gobierno para que los particulares puedan adquirir gasolina, cuando puedan, que es como decir cuando les dé la gana a los que mandan en el país, entre ellos el cerebro diabólico detrás de todo, el ahora presidente.
Su Moskvich tiene el tanque vacío. No le queda ni una gota. Ni para llegar al servicentro más cercano, el del Tángana, aunque eso puede demorar mucho, porque tiene más de 10 mil turnos delante y, según le dijeron, no le venden a más de 150 personas al día. Una razón para perder la esperanza, pero no la única.
Hace un tiempo, Miguel se alistó también en eso de comprar comida por internet. Fue cuando la pandemia, recuerda, pero por más que lo intentó, nunca pudo acceder al mercado de Carlos III. Un día desistió, porque siempre pasaba algo y nunca podía acceder. Lo mismo le pasa con los pagos que tiene que hacer y para los cuales el banco tiene habilitados sistemas electrónicos, que muchas veces no funcionan, y otras es la tarjeta la que no sirve.
Miguel la pasa mal. Sufre con esas cosas y sabe que en otros lugares del mundo no es igual. Su vecino se mudó hace unos tres años a República Dominicana. Vive en un poblado cercano a Santiago de los Caballeros y llama a Miguel cada cierto tiempo, sobre todo porque en su casa dejó a su perrita y le place saber de ella.
Hace unos días, en una de esas llamadas que demoró más de lo normal, y en la que pudieron verse las caras, le contó cómo funcionaban las cosas allá: «todo se paga por internet, la comida necesaria para la semana te la traen a la casa si quieres, lo mismo que una pizza, o un par de zapatos, o un juguete para los nietos». Pero a Miguel le dolió saber que la gasolina siempre está de llegar y echar, la que quieras, del tipo que quieras, y más barato que en Cuba.
El otrora maestro nunca ha salido de Cuba. Es más, por el norte jamás fue más allá de Varadero, y por el sur solo llegó a Jaguey Grande. Su vida ha sido La Habana, donde dio clases 50 años, hasta jubilarse. Pero ahora mismo lamenta no tener unos años menos para irse del país. «Si la vieja -como le dice a su esposa- no tuviera esos problemas en los pies, en las venas, hubiéramos vendido la casa y el carro y nos hubiéramos ido por los volcanes, porque acá no hay quien viva», me dice cuando hablo con él.
Eso sí, con casi 80 años no puede ir a ninguna parte, porque «no tengo edad para empezar nada, solo me queda aguardar la muerte en este país que está más muerto que yo», dice, y me muestra un ejemplar de Granma. Mira esto, dice: «El comercio electrónico cubano necesita más velocidad e intensidad».
«Hay que tener la cara dura para decir estas cosas. Para hablar así de mejorar las tarjetas electrónicas para los pagos y no sé cuántas cosas más. De verdad no sé para qué leo este periódico, creo que me gusta machucarme, porque sé de antemano que solo trae una sarta de mentiras», me dice y me exhorta a llevarme el diario, pero ante mi negativa lo envuelve y lo mete en el bolsillo de su viejo y habitual short de cuadros, ya raído por las nalgas de estar sentado siempre en el muro de su puerta.
«Mejor me lo quedo. Es tan difícil comprar papel sanitario como gasolina por esa nueva aplicación. Hasta dónde vamos a llegar, Dios mío», dice, mientras levanta la vista al cielo, como esperando una explicación que no encuentra en la tierra o al menos no en la Cuba que propone el Hombre de la Limonada, y que él, Miguel, sabe que no es la envidia de nadie ni de nada.

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