
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por Oscar Durán
La Habana.- Lo último que me faltaba por escuchar en este país al borde de la inanición era a un funcionario diciendo, sin sonrojarse, que “vamos bien en el camino hacia la soberanía alimentaria”. En serio, ¿de qué carajo hablan? ¿De cuál soberanía, si el cubano promedio tiene que escoger entre comprar arroz racionado o rebuscar cáscaras en un basurero?
La dictadura castrista, siempre con su muela barata, insiste en vendernos un cuento de hadas donde los campos están floreciendo, la producción va viento en popa y los frijoles brotan como milagro en cada surco. Pero la realidad, esa que no pueden maquillar ni con diez emisiones de la Mesa Redonda, es que no hay comida. Ni para los niños, ni para los viejos, ni para los presos que ya no saben si llorar de hambre o de impotencia.
En Guantánamo, por ejemplo, se jactan de tener sembradas 625 hectáreas de arroz. ¡Qué maravilla! El único problema es que nadie ha visto una libra de ese arroz ni en los agromercados, ni en los puntos de venta clandestinos. ¿Dónde está ese cereal de presencia permanente en el plato del cubano? Lo más permanente en el plato es el vacío. Y si hay algo encima, es porque alguien tiene un familiar en Hialeah que le manda un paquetico.
Y ahora, para rematar la payasada, hablan de sembrar papa “de forma agroecológica”. Señores, el pueblo no necesita eco, ni necesita lógica, lo que necesita es comida. Papa, frijol, arroz, boniato… lo que sea, pero que llegue a la mesa. No en un discurso, no en un PowerPoint, no en un reportaje del NTV. A la mesa, coño.
Y mientras la gente en Bayamo y Santiago grita “tenemos hambre”, los que mandan andan en sus recorridos con sombrero guajiro, sacándose fotos al lado de unas matas raquíticas como si fueran héroes del Moncada. No tienen vergüenza. Ni una pizca. Hablan de soberanía alimentaria mientras el país importa más del 80% de lo que se consume y la canasta básica parece un mal chiste contado por Marrero en estado de ebriedad.
Nos piden paciencia, resistencia, creatividad… y ahora hasta ayuno intermitente. Pero si los que mandan comieran lo mismo que el pueblo, hace rato se hubieran tirado al Capitolio a pedir clemencia. Porque cuando uno tiene el estómago vacío, no hay ideología que aguante.
Así que, por favor, déjense de hipocresía. No hablen más de soberanía alimentaria en un país donde hay madres que hacen milagros con una calabaza y niños que no conocen el sabor de un yogur. Esta es la dictadura de la miseria, del hambre planificada, del “resiste un poquito más, que el barco viene en camino”. Pero el barco nunca llega. Y cuando llega, el arroz lo reparten entre tres militares y cuatro dirigentes del Partido.
Soberanía es tener la libertad de decidir qué sembrar, cuándo, cómo y para quién. Y en Cuba, ni los campesinos son libres, ni los cultivos son eficientes, ni el pueblo tiene opciones. Soberanía alimentaria es otro invento retórico para que los burócratas hagan turismo agrícola, mientras la gente, literalmente, se está comiendo un cable.
Que no nos engañen. Aquí no hay soberanía. Aquí hay hambre. Y mucha.