Por Jorge Sotero
La Habana.- El gobierno cubano se pasa el año dorándole la píldora al pueblo para que mantenga siempre la ilusión de que puede haber un cambio a mejor, pasar algo bueno, pero ni por un lado ni por otro se ven esos cambios. Y de vez en cuando, como con la bancarización, vuelven a apretar la tuerca y le dicen a la gente que es por el bien de todos. Como si ya los cubanos estuviéramos bien y todo lo que intentan es para hacernos aún más felices.
Ahora mismo me viene a la memoria todo lo que se armó hace unos meses con el tema ruso, las visitas de personeros del gobierno cubano a Moscú, y la reciprocidad de pejes gordos de Putin a La Habana, pero, para el cubano común, la situación sigue igual.
Sigue tan igual, que Manolo, el viejo Rencilla, sempiterno presidente de los CDR de mi barrio, me dijo ayer que «nos doraron la píldora con lo de Rusia». Se tomó el tiempo de hablar conmigo, él que siempre me mira de reojo, como si sospechara que yo ando en algo en todo momento, listo para criticar siempre a la revolución.
El viejo Manolo permite que hables mal de Rubén, el menor de sus hijos, un teniente coronel de las FAR que se emborracha todos los días, escandaliza y blasfema. Incluso, acepta que la gente susurre cuando él pasa, porque Vilma, su única hija, está casada con un sueco que, según dicen, es el que mantiene a toda la familia. Eso sí, lo único que no permite es que nadie hable mal de su revolución.
Manolo se quedo detenido en el tiempo. Se la jugó en las calles de Cienfuegos, cuando era niño, vendiendo bonos del 26 de julio, según cuenta él mismo. Iba casa por casa con sus papeles para recoger un poco de dinero que luego alguien, presume él, enviaba a la Sierra, donde estaban la gente de Fidel Castro. Esas historias me las hizo miles de veces, lo mismo que me contó de su participación en Girón como miliciano, con solo 17 años.
Tampoco olvida como conoció a Felicia, su esposa, cuando ella alfabetizaba por el norte de la provincia de las Villas, allá por Guayos o Meneses. Dice que la encontró tan grácil y con unos ojos tan lindos que le dijo al soldado que andaba con él que de alguna forma tenía que convertirla en su novia.
Me encanta escuchar esas historias de Manolo. A mí, lo juro, me parece un ser humano cuando me confiesa cosas, solo que no sé cómo un hombre como él se ha aferrado por tantos años a un proyecto fracasado. Porque lo sabe, no es la primera vez que me dice que «nos están dorando la píldora», que es una de sus frases favoritas.
Con lo de los rusos me dijo que «todo es una mentira, porque allá están enrolados en una guerra no solo con Ucrania, sino con media Europa y Estados Unidos, y lo menos que quieren es ayudar a estos, que todo el mundo sabe que solo saben pedir, y no hacen nada con lógica».
«Si Raúl estuviera fuerte y Fidel vivo, todo sería diferente», me dijo el sábado anterior, mientras hacíamos una cola para comprar un picadillo que parecía todo menos eso. Pero cuando le pregunté si creía eso de verdad, puso el codo en la pared, se recostó en la mano, me miró de arriba a abajo y me dijo: «yo creo que ya no creo». Sonó redundante, pero le salió de adentro del alma, lo expulsó como si un exorcista se lo hubiera pedido, porque lo tenía atragantado entre pecho y espalda.
«Ellos son culpables de todos los males, pero a mí me cuesta reconocerlo, porque es algo así como decir que tiré mi vida por el brocal de un pozo hacia abajo, que lo que le enseñé a los muchachos fue un error, o que Fela y yo nos desgastamos por gusto. Te lo juro».
Eso mismo me había dicho un día, hace como tres meses, mientras discutíamos en mi casa porque yo le dije que no creía en nadie que dirigiera en este país.
Primero me cuestionó, pero después se echó para atrás, se quitó una de las gorras que siempre lleva, la de los Rojos de Cincinnati de las Grandes Ligas -la otra es una azul de los Chicago Cubs, por lo de las C, ambas, y luego de tomarse un café me dijo que se iba a abrir conmigo. Y me contó cada cosas.
Manolo no es mala gente. A veces un poco cascarrabias, mezclado con mala leche, pero no anda en chivaterías baratas ni nada de eso. No persigue a nadie que viene al barrio a vender nada, ni a los que traen queso o carne de res. Incluso, cuando Vilma está en Cuba, sé que ella compra todo eso.
Él es de los que aún cree que la revolución nunca los va a dejar tirados, pero no se da cuenta de que hace rato que los lanzaron a la cuneta y siguieron. Y si sobrevive es por su hija, o mejor, por Hans, quien, mes por mes, manda dinero y comida por la aplicación Katapulk, porque yo veo cuando los carros llegan a traerlos.
Al ya anciano Manuel Rencilla le doraron la píldora hace mucho tiempo, y él solo se dio cuenta hace muy poco. Por desgracia lo sabe y no se irá engañado de este mundo cuando le llegue el momento. Ojalá eso demore y pueda vivir el cambio, aunque a mi me parece poco probable, porque levantar un país de las ruinas no es como hacerlo con una casa: eso lleva trabajo. Y él también le teme a eso. Y también me lo ha dicho.