Por Esteban Fernández Roig Jr. ()
Miami.- Mi padre me daba un peso, y lo recibía con tremenda alegría y con muestras fervientes de agradecimiento. Cuando se acababa el peso, cuando lentamente lo gastaba, se lo comunicaba con cara de carnero degollado. Entonces el viejo se demoraba dos o tres días antes de darme otro “coco”.
Como el viejo me había inculcado caballerosidad y galantería con las damas entonces utilizaba eso para obtener un peso extra.
Delante de él le decía a mi madre: “Mami, si tú ves lo que me pasó, coincidí en la entrada del cine con mi prima Walkiria Gómez, y no pude pagarle la entrada, qué clase de pena he pasado”…
Mis gastos eran mínimos, los Reyes Magos me traían ropa para todo el año, mi tío Carlos Gómez tenía una cuenta abierta en la peletería “La India” para los zapatos nuevos de sus hijos y sobrinos; la renta y la comida las pagaba mi padre, así que EL PESO era “para lujos”.
Los “lujos” eran la entrada en la tanda del cine Campoamor, una frita de Medina, una Coca Cola y una caja de chicles Adams.
De pronto cometí el grave error de comenzar a fumarme un par de cigarritos Kool al día, pero no se notaba porque los compraba al menudeo y me costaban dos centavos cada uno.
Eso duró poco hasta que me descubrieron en la casa y mi padre me dijo: “Oh, ¿quieres fumar? Espérate” y me hizo fumar una enorme breva de Bauzá, terminé mareado y ahí se acabó la gastadera de cuatro kilos diarios.
Como mi hermano casi no gastaba y guardaba sus pesos me los prestaba con intereses, así es que a los 11 años se convirtió en mi “garrotero”.
Cuando salí de Cuba, al despedirse, me dio tres pesos, me los metí en el bolsillo del pantalón, y Carlos Enrique me dijo: “Y no te vayas a olvidar en los Estados Unidos que me debes CUATRO BAROS”… Nos reímos, nos dimos un abrazo.
Post Views: 83