
LOS TRABAJADORES CUBANOS SON LA ÚLTIMA CARTA DE LA BARAJA COMUNISTA
Carlos Cabrera Pérez
Madrid.- Tras 64 años de esfuerzos, sacrificios y planes fallidos, Cuba es uno de los países donde peor viven los trabajadores, debido a la represión que mantiene en la cárcel a sindicalistas independientes como el profesor matancero Félix Navarro Rodríguez y a su hija Saylí y vigilados a Iván Hernández Carrillo y Rodolfo Aparicio Alemán, el alto costo de vida, la desproporción entre el dólar estadounidense y el peso nacional y la incapacidad del estado comunista para proporcionar bienes y servicios a precios asumibles para el bolsillo obrero.
La familia Navarro paga un alto precio por defender los derechos de los trabajadores, como le pasa a Hernández Carrillo y Aparicio Alemán; cuyos únicos delitos son luchar pacíficamente por mejorar la vida de la mayoría de los cubanos.
La desbocada inflación y la desproporcionada tasa de cambio con el dólar estadounidense y el euro confirman la incapacidad comunista para generar libertad y riqueza; aunque siguen culpando a otros del desastre; incluida las otroras mitificadas educación y salud pública, donde solo se atiende quien toca con limón al ejército de batas blancas. Los cubanos viven hoy más desamparados que en 1959, cuando estaban vigente el 6×8 y el diferencial azucarero; hitos del poderoso movimiento obrero, desguazado por la razia del gato con botas.
El tardocastrismo exhibe una trinidad de justificaciones que se repiten cíclicamente desde el otoño de 2019, cuando el presidente y su equipo renunciaron al socialismo próspero y sostenible para desembocar en la actual barbarie, donde los más empobrecidos se llevan la peor parte y la orden de combate contra ellos es permanente.
Pero la realidad nunca ha estropeado un simulacro a la casta verde oliva y enguayaberada, que este primero de mayo volverá a la carga de mentiras en formato reducido por la escasez crónica de combustibles; aunque los diplomáticos estadounidenses en Cuba cogerán para en vuelta de Varadero o similar porque aguantar la gangarria de consignas huecas es tan perjudicial como el síndrome de La Habana.
La mayoría de los trabajadores cubanos no pueden vivir de sus salarios desde que Moscú anunció que se acababa el pan de piquitos y, la respuesta del castrismo fue abrir las escotillas para que escaparan jóvenes preparados, reincorporar a la guerrilla jesuita a algunos de los intelectuales maltratados por grises quinquenios de irrealismo socialista y extender el tumbe como ideología predominante.
Los jóvenes emigrados devinieron en emisores de remesas en moneda dura, los artistas y creadores, muchos en el otoño de sus vidas, se sintieron como Benny Moré, porque no pudieron concebir tanta dicha, al ver la UNEAC convertida en turoperador; mientras los virtuosos y decentes Clara y Mario asumieron un protagonismo jamás soñado con aquello de Carlos Puebla: “quién se lo iba imaginar que, después de tanto tiempo, íbamos a andar los dos como si hubiéramos muertos (…) ¡amor, amor, ¡que cosas tiene la vida!, todo aquello fue mentira y el amor dejo de ser…”