Por Jorge Fernández Era
La Habana.- La Seguridad del Estado prosigue su chapoteo en el estiércol. Son tan cobardes que no solo —como es común— esconden el rostro ante la opinión pública, sino que arremeten contra personas que nada tienen que ver con el blanco de su bochornoso proceder.
El viernes 8 y el sábado 9, en horas del mediodía, llamó por teléfono a mi suegra el gran Unonoventaicinco, alias Yordan. En la primera ocasión le preguntó si había alguna posibilidad de hablar personalmente con ella. La mamá de Laide le respondió con un lacónico «Ninguna». Ayer repitió la ración. Fue más allá ante similar negativa: «Solo queremos que usted nos ayude a salvar a Era. Si no lo hace, no tendremos más remedio que meterlo preso». El viril miembro del DSE, quien no ha tenido el coraje de sostener una conversación civilizada conmigo —su arsenal no traspasa la tortura sicológica de un vulgar esbirro de cualquier dictadura— y posee un parque de pruebas en mi contra que puede hacerme podrir en la cárcel, ni se frena ante el hecho de que la víctima de sus ilegales llamadas es una persona de la tercera edad que recién acaba de perder a su madre tras una agonía hospitalaria de dos meses. Qué importa si su oprobioso comportamiento la lleve, en el mejor de los casos, a un estado de desequilibrio síquico, siempre que los secuaces logren su objetivo.
Con mi hermano han ido más lejos: Unonoventaicinco y Manuel —el valeroso agente de la Seguridad que inició la fiestecita el 27 de enero pasado y se había esfumado del mapa— se personaron en el centro de trabajo y en su propia oficina —claro que con la anuencia de Etecsa, entidad en la que Sergio labora desde hace más de treinta años— lo sometieron a lo que saben hacer bien. Mi hermano —dicen los compañeritos— no puede vivir ajeno a lo que está haciendo Jorge, quien ya no se limita a sus agresivas publicaciones en Facebook, sino que se reúne con «elementos contrarrevolucionarios» y colabora con medios ídem. El otro hijo de Trinidad y Alonso debe estar consciente de que trabaja en un sector muy delicado para el país, el de las telecomunicaciones, y que su jefe puede llamarlo en cualquier momento para prescindir de sus servicios, como puede hacerlo también su núcleo del Partido para separarlo de las filas. Sentarse conmigo y convencerme de portarme bien es su deber, no puede seguir pasando que casi no nos veamos; si el pretexto es lo pésimo del transporte, eso no es problema para ellos. Era —afirman— no es mala persona, lo que pasa es que se ha dejado embaucar por Alina Bárbara López Hernández y mira en lo que está cayendo.
Recuérdese que el expediente de la infamia, que han decidido agrandar atacando por todos los flancos, ya tuvo su capítulo con el acoso cibernético que denuncié hace una semana y que viola el artículo 68 del decreto 370, ese que habla de la «difusión, a través de las redes públicas de transmisión de datos, de información contraria al interés social, la moral, las buenas costumbres y la integridad de las personas». Ya sabemos para quiénes se redactó semejante panfleto, que nunca clasificará como punible el actuar de quienes nos salvan.
Mi denuncia pública coincide con el Día de los Derechos Humanos y en medio de la celebración de los 75 años de —según prensa nacional— «uno de los compromisos mundiales más revolucionarios de la historia: la Declaración Universal de los Derechos Humanos», cuando el tema de la campaña organizada por la ONU es «Dignidad, libertad y justicia para todas las personas». Se afirma sin el menor recato que «Cuba ha abordado esta cuestión de manera justa y equitativa, en pie de igualdad y otorgando a todos los derechos el mismo peso», e «históricamente ha sido defensora del diálogo y la cooperación para la promoción y protección de todos los derechos humanos con apego a los principios de objetividad, imparcialidad y no selectividad». El enemigo se pone selectivo, el Gobierno cubano no.
Hago responsables de lo que pasa y pueda pasar con mi familia a:
-Miguel Díaz-Canel y la cúpula militar omnímoda que lo maneja a su antojo. El «presidente» llamó al combate y su orden se cumple no solo con Alina, conmigo y con todas las personas que reciben acoso por ejercer su derecho a pensar diferente, sino con los cientos de presos políticos que hoy purgan penas en las cárceles por igual motivo.
-La Seguridad del Estado, institución que con absoluta impunidad y con métodos cada vez más ilegítimos viola las leyes y los elementales principios de una sociedad que dice ser la cúspide del mejoramiento humano.
-La Policía Nacional Revolucionaria y la Fiscalía General de la República, que se niegan a investigar los hechos y ofician como títeres de Villa Marista.
-Al Partido Comunista de Cuba, cuyo Departamento Ideológico no da respuesta a la carta que envié —cumpliendo vías constitucionales— desde el 11 de agosto.
-A la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. A pesar de las sucesivas denuncias sobre el acoso a dos de sus miembros, se ha hecho cómplice de la represión y la ignominia.
-A la Unión de Periodistas de Cuba, el Ministerio de Cultura, el Instituto Cubano de Información y Comunicación Social y Cubadebate, que tampoco han movido un dedo ni han dado respuesta a mis reclamos.
-A los informantes y colaboradores, por su excelente servicio a la desfachatez.
-A quienes desde la oscuridad me apoyan, pero con su silencio aceptan.
Es el fascismo a la cara, que no lo olvide nadie.
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