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Por Albert Fonse ()
Ottawa.- El país necesita despertar del embrujo y dejar de consumir el espectáculo que lo esclaviza.
Cuba vive una tragedia envuelta en teatro. Mientras el hambre, las enfermedades y el abandono consumen al pueblo, el régimen se mantiene fabricando distracciones. Hoy es el juicio de un ministro caído; mañana, un festival, un concierto o un titular que celebra algún “logro revolucionario”.
Todo sirve para mantener ocupada la atención colectiva y evitar que el pueblo mire el verdadero abismo.
El sistema sabe que no necesita convencer, solo distraer. Ha perfeccionado el arte de convertir cada desgracia en espectáculo.
El juicio de Alejandro Gil no es un acto de justicia, es una escena más de una obra infinita donde el régimen finge castigar a los suyos para demostrar pureza moral.
Mientras tanto, las familias siguen sin techo, las enfermedades se multiplican y la miseria avanza sin pausa.
El cubano común ha sido educado para mirar donde el poder señala. Es más fácil hablar del ministro que cayó que de la dictadura que lo sostiene. Más cómodo comentar un escándalo que exigir pan o libertad. Esa docilidad, cultivada por décadas, mantiene viva la maquinaria del engaño.
Ha llegado la hora de romper el hechizo. Dejar de dejarse manipular, de mirar más allá de las mentiras que el régimen impone y de exigir la realidad que les pertenece. Nadie va a rescatar al pueblo cubano si no es el propio pueblo.