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¿Por qué la dictadura cubana no libera a los presos políticos?

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Por Albert Fonse ()

La dictadura cubana no mantiene presos políticos por simple castigo. Los mantiene porque obtiene beneficios concretos de su encarcelamiento. Cada opositor tras las rejas se convierte en un recurso estratégico. Sirve para imponer miedo, debilitar a la disidencia, negociar con el extranjero y reforzar el discurso oficial. Por eso no los libera. Porque le resultan útiles.

En primer lugar, los presos políticos funcionan como una herramienta de control social. Su existencia envía un mensaje directo al resto de la población: enfrentarse al poder tiene consecuencias. La cárcel no solo encierra al activista; intimida al que lo vio marchar, al que pensaba sumarse, al que tal vez iba a hablar. La represión se convierte en advertencia. El miedo, en costumbre.

Además, encarcelar disidentes permite al régimen destruir el liderazgo opositor desde la raíz. Cada figura encerrada representa una voz menos en las calles, una mente menos organizando protestas, una influencia menos inspirando a otros. Al anular su presencia, el régimen también desmotiva a sus seguidores y desarticula los esfuerzos colectivos de cambio.

Presos como moneda de cambio

A nivel internacional, los presos políticos se utilizan como moneda de cambio. Funcionan como fichas de negociación con gobiernos, ONGs, Iglesias y hasta actores políticos de Estados Unidos o Europa. El régimen los guarda y los libera solo cuando puede cobrar algo a cambio: una concesión, un gesto diplomático, una negociación ventajosa. En muchos casos, la excarcelación se da bajo la condición del exilio, que no es libertad, sino una forma de destierro planificado. De esta manera, no solo se deshacen del problema, también lo expulsan del territorio.

El encarcelamiento también le sirve al régimen para generar división. Dentro de la oposición, promueve la fractura entre quienes negocian y quienes se niegan, entre los que se exilian y los que deciden resistir desde dentro. Mientras más fragmentado esté el frente opositor, más control tiene el poder. El caos interno beneficia al opresor.

Por si fuera poco, tener presos políticos refuerza la narrativa oficial. El régimen necesita enemigos para justificar su existencia. Por eso los presenta como “mercenarios”, “vándalos” o “agentes del imperio”. Son los personajes perfectos para sostener el mito del asedio constante. Aunque no exista una amenaza real, la imagen del enemigo interno ayuda a cohesionar a sus seguidores, fortalecer la represión y vender estabilidad al exterior.

Hay que hacer que los presos les cuesten

Finalmente, encarcelar también es una forma de torturar a distancia. Las familias de los presos políticos sufren años de angustia, escasez, persecución y humillación. El régimen usa ese dolor como herramienta para doblegar voluntades. Golpea donde más duele: la madre, el hijo, el hermano. No necesita más cárceles si logra encerrar a todos en la desesperación.

Por todo esto, la dictadura no libera a los presos. Porque mientras estén encerrados, le sirven. Solo los suelta si obtiene una ganancia. Solo si cede una mano mientras cobra con la otra. Por eso no basta con denunciar. No basta con visibilizar. Hay que romper el negocio de la represión. Hay que hacer que tener presos políticos sea más costoso que liberarlos. Solo entonces cambiará la ecuación.

Romper ese negocio exige presión en todos los frentes. Lo primero es golpear el bolsillo del régimen. El castrismo no sobrevive por ideología, sino por ingresos. Cada fuente de divisas debe convertirse en blanco de boicot: turismo, remesas, recargas. Las empresas extranjeras que hacen negocios con la dictadura deben ser expuestas. Los testaferros, desenmascarados. La represión solo se sostendrá mientras sea financieramente rentable.

A derribar el relato oficial

Al mismo tiempo, cada preso político debe convertirse en una causa internacional. No basta con que el mundo “sepa” lo que ocurre. Hay que obligarlo a actuar. Campañas globales, denuncias ante organismos multilaterales, presión a gobiernos, adopción de casos por parlamentarios, presentación de expedientes ante tribunales internacionales. Si mantener a un preso le cuesta al régimen aislamiento, condenas y sanciones, su liberación deja de ser una debilidad y empieza a ser una necesidad.

También hay que exponer la estructura criminal del sistema carcelario cubano. No se trata de errores judiciales. Se trata de un aparato represivo diseñado para castigar, silenciar y chantajear. Las torturas, las condenas falsas, las condiciones infrahumanas, las golpizas, las amenazas a familiares, todo debe ser documentado y denunciado. El mundo debe ver que no se trata de justicia revolucionaria, sino de crímenes de Estado.

Otro frente clave es la narrativa. El régimen necesita sostener la idea de que los presos son culpables. Por eso es vital desmentir esa historia. Mostrar su inocencia, su compromiso cívico, la brutalidad de los juicios, la falta de garantías, los montajes procesales. Cada testimonio, cada rostro, cada historia humana ayuda a derribar el relato oficial.

Es necesario quebrar el negocio de la represión

La diáspora también debe actuar. No como observadora, sino como fuerza coordinada de presión. Con recursos, redes, visibilidad y presencia en muchos países, puede ser un actor determinante. Un exilio desorganizado solo genera ruido. Uno articulado puede hacer temblar estructuras. Campañas unificadas, apoyo económico a la causa, lobby político, presión diplomática: todo cuenta.

Dentro de Cuba, aunque el miedo lo domina todo, aún existen grietas. Cada carta de un familiar, cada denuncia desde la prisión, cada pequeño acto de resistencia es importante. No se trata de grandes gestas, sino de señales de vida. La dictadura necesita el silencio. Romperlo, aunque sea con un susurro, la incomoda.

El régimen no liberará a los presos por compasión. Solo lo hará cuando mantenerlos encerrados sea más costoso, más peligroso y más inútil que soltarlos. La represión es un negocio. Para quebrarlo, hay que convertir cada preso político en una carga que no puedan sostener.

Hasta que eso ocurra, seguirán siendo rehenes de un sistema que los necesita encerrados para mantenerse de pie.

Liberarlos no depende de la voluntad del opresor. Depende del valor, la presión y la estrategia del mundo que los acompaña desde fuera.

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