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Por Carlos Carballido ()
La aplicación Delta Chat, promocionada (falsamente) por la congresista María Elvira Salazar como la solución mágica a los apagones digitales que pudiera aplicar la tiranía cubana ante posibles protestas populares, es uno de tantos softwares de código abierto. Actualmente, están en la mira del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).
La congresista, que mintió abiertamente al afirmar que la app puede funcionar sin internet, también omitió —convenientemente— un pequeño detalle. ¿Quién la financia y en qué contexto se encuentra esta aplicación europea?
Llama poderosamente la atención que haya protagonizado una acción de marketing político descarado. Esto sucede con una app que está hoy bajo la lupa de auditorías ordenadas por el presidente Trump. Sí, el mismo Trump que ahora tiene en la mira presupuestaria a todo lo que huela a derroche y clientelismo digital.
Deltachat recibe anualmente, como promedio, medio millón de dólares del contribuyente estadounidense a través de la Open Technology Fund (OTF). Esta fundación es uno de los tantos brazos subsidiados por la Agencia de Medios Globales de EE. UU. (USAGM). Esta agencia “casualmente” está siendo severamente auditada. El equipo DOGE liderado por Elon Musk (sí, Musk metido a cazador de ineficiencia gubernamental) realiza las auditorías.
Esta agencia matriz, por si fuera poco, ha sido señalada por el propio #DOGE como un nido de negligencia grave y clientelismo rampante. Su actividad ha sido vinculada a riesgos de seguridad nacional. ¿Por qué? Parte de esos fondos se destinan a proyectos que operan en la red TOR. Ese universo donde la vigilancia digital no entra, y donde también navega lo mejor… y lo peor de internet.
Y no, esta no es la primera vez que la congresista cubanoamericana miente de manera oportunista. Quizás lo hace por reflejo político, o tal vez como asidero desesperado para su campaña de reelección en 2026.
Recordemos que tras los sucesos del 11J, insultó la inteligencia de los cubanos —de la isla y del exilio—. Declaró que “estaba trabajando con el gobierno de Biden para llevar internet gratis a Cuba”. Claro, nunca explicó cómo se haría eso sin el permiso del régimen cubano. Spoiler: técnicamente es imposible.
Aquella vez también montó su show frente al Congreso, con banderas, micrófonos y cámaras. Mucho humo, cero fuego. Como decimos en Cuba: ni Fú, ni Fá.
Y ahí están, los ilusos, todavía esperando esa internet prometida. Supuestamente iba a caer del cielo a los celulares cubanos sin preocuparse por las tarifas de ETECSA.
Ahora esos mismos ilusos creen que si protestan, sus mensajes llegarán al mundo “gracias a Delta Chat, la app de la libertad”, cortesía de la Salazar. Solo se darán cuenta de la estafa política cuando los metan presos a patadas por las nalgas, como ya nos tiene acostumbrados la bota castrista —que, por cierto, no se cansa.
Todo el que conserve un poco de vergüenza debería exigirle cuentas a esta congresista. Ahora necesita zapatear su distrito para buscar los votos de todos esos a quienes ha venido engañando, una y otra vez. Ya es hora.