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Por René Fidel González ()
Santiago de Cuba.- No obstante la exclusión política no fue un monopolio de nadie. Contaminó a la sociedad en su conjunto y se trasmitió con una progresión y escala similar a la de una epidemia exitosa, dejando terribles secuelas en la vida de las personas.
Conocidos, amigos, miembros de la familia y familias enteras, indistintamente al tipo de orientación política que tuvieran, dentro o fuera del país, aislaron, segregaron, castigaron de diversas formas a personas que hasta ese momento habían sido valiosas e importantes en sus relaciones sociales y familiares por sus opiniones o decisiones políticas.
El drama, por ejemplo, de padres renegando y despreciando a sus hijos en Cuba -en los peores momentos de estos procesos- de forma pública y esperando con ello satisfacer expectativas de individuos, grupos, colectivos y estructuras, o acceder o conservar distintos estatus y privilegios, solo puede ser comparado con el de sus hijos emigrados o exiliados, re victimizándose – y re victimizando a sus padres – al renegar de ellos, limitar, cortar o condicionar sus vínculos.
La mayoría de las veces esto ocurrió, no como resultado de un historial de relaciones previas, sino como forma de expresión de un posicionamiento político, incluso coyuntural y mayormente intrascendente.

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