Por Fernando Clavero ()
La Habana.- Miguelito Calderón está ingresado en el Hospital Comandante Manuel Fajardo, de esta capital. Un amigo le tomó una foto y me la mandó. Me instó a que lo reconociera y juro que no supe que era él.
Sabía que se trataba de un exjugador de baloncesto, y no por el pullover que lleva puesto, sino por el tamaño, por ese algo que tienen las personas que a veces resulta fácil saber cuál ha sido su profesión.
Está ciego. No ve. Y se le ve mal. La otrora estrella del baloncesto, aquel hombre que estuvo en el equipo que ganó un bronce olímpico en los Juegos de Múnich 1972, vegeta ahora en un hospital capitalino, abandonado por todo y por todos.
Miguelito no solo fue grande como baloncestista. También fue una gran persona, un tipo querido por sus discípulos, y escuchado. En La Habana era un ídolo cuando entrenaba a aquel equipo imbatible que formaban Andrés Guibert, Richard Matienzo, Roberto Amaro (El Flecha), los hermanos Herrera (Ruperto y Roberto Carlos), y los llevaba a un título tras otro en un momento de auge del baloncesto en la isla.
Con la prensa, conmigo sobre todo, cuando trabajaba en la COCO, siempre fue solícito, cortés, educado, coherente. Daba lo mismo si el equipo había ganado que si había perdido. Siempre Miguelito Calderón encontraba un momento para atender a la prensa.
Iba siempre elegante y era locuaz, elocuente, y lo explicaba todo con sencillez.
Mereció mejores condiciones de vida tras dejar para siempre los balones y los tabloncillos. Mereció una vida tranquila, retirado en un lugar sin sobresaltos, donde los encargados de cuidarlo no tuvieran que hacer colas para el gas o preocuparse de si el pan llegó a la bodega, porque en el mundo normal el pan está siempre y para el gas no se hace cola.
Tal vez mereció la misma suerte que el general al que ingresan en el Cira García, o el IPK, al que mandan a operarse a España de la vista o le asignaron un carro, solo porque por tiempo en las Fuerzas Armadas, sin tirar un tiro, le fueron cayendo estrellas y estrellas. Y a Calderón, que le dio alegrías a la gente, que explotó su talento como jugador y entrenador, solo le tocó el olvido y una desvencijada cama en el Hospital Fajardo.
Eso hace Cuba con sus héroes, los del deporte, que son los de verdad en estos tiempos. Por ahí andan decenas de estrellas abandonadas, campeones mundiales en la más extrema pobreza, otros tirados a la bebida, o sepultados en vida por el más terrible abandono, sin presupuesto alguno para hacer que su vejez sea digna.
Eso sí, vejez digna solo tienen en Cuba los Castro y los miembros de la cúpula. Ya nada me asusta.