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Por Rolando Feitó ()
Novosibirsk.- Tuve la suerte de crecer con tres abuelas y una de ellas era Ñica, la abuela de origen canario que vivía en San Fernando de Camarones, lugar donde por estas fechas se reunía todo el familión.
Era una época especial y aquella casona de alto puntal y rodeada de un portal con columnas se llenaba de la algarabía de los muchachos correteando mientras los mayores se ocupaban de preparar el cerdo para asarlo en púa.
Recuerdo a la abuela Ñica llenando aquella enorme mesa de madera del comedor de buñuelos de yuca en forma de ocho espolvoreados de harina de trigo que luego freía y los ponía a enfriar mientras hacía el almíbar con canela.
Lástima que no teníamos cámara fotográfica porque esas fiestas merecían un reportaje.
En su cocina comedor Ñica se convertía en la abuela orquesta: preparaba el congrí, cocinaba las yucas, el mojo y le encargaba a las otras mujeres que se ocuparán de la ensalada.
Aquella mesa se llenaría de gente por la noche donde primero se les servía a los primos más pequeños para «salir de ellos» rápido y se fueran a jugar mientras los mayores disfrutaban tranquilamente de la cena.
Una vez le pregunté a la abuela porqué ella solo hacía buñuelos en forma de ocho y ella, con su mirada pícara a través de sus gafas de gran aumento me dijo: los buñuelos no son en forma de ocho Roly, son en forma de infinito, que en la religión católica significa la resurrección.
Y así recuerdo aquellos días y esos deliciosos buñuelos hechos con el infinito amor de nuestra abuela Ñica.