
LA DIGNIDAD Y LA CARNADA DE LA DESMEMORIA
Por Ricardo Acostarana ()
La Habana.- Hay dignidad en decirle que no tienes plata a quien se te para delante y pone la lástima frente a tus ojos para pedirte dinero, para exigirte un salve, para suplicarte le compres unos blísters o pomitos de algún supuesto medicamento.
Hay dignidad en sacarte algún billete del bolsillo y decirle a la lástima, a los ojos de la lástima mientras carga a un niño, que solo usas dinero en tarjeta magnética, que solo pagas por transferencia.
Hay dignidad para preguntar qué hace con esa espalda y con esos brazos y con esas piernas, si solo las utiliza para caminar toda la ciudad todos los días pidiendo dinero a casi siempre las mismas personas.
Hay dignidad para pararlo un minuto y decirle en su cara de lástima: asere, yo trabajé en un bar durante un mes por 18 centavos ceucé 16 horas al día. Yo trabajé un año entero en el Cementerio de Colón. Primero fui subdirector y luego recogí las flores marchitas. Yo busqué trabajo en Comunales para irme con mi carrito a limpiar calles. Tengo amigos que dan mandarria y limpian jardines. Conozco gente más renga de espíritu que tú que salen a la pista a resolver y no cogen a sus hijos como conejillo de indias para pedir dinero en el mismo lugar, en la misma calle a la hora de siempre.
Yo trabajo de lunes a viernes de 9 a 4 y sábados alternos, y mi dignidad no se puede consumir en la lástima de algunos que no hacen otra cosa que llenarse los bolsillos todos los días con hasta quizás, tres mil pesos mendigando. Eso sería demasiado ingenuo y demasiado imbécil de mi parte. Debería entonces ponerme a mendigar y asumir la dignidad del mendigo como forma de vida.
Mi bolsillo, mi cartera, mis horas de pincha no son negociables para quien intente estafar desde la lástima, la queja y el victimismo.
La dignidad da un hambre del carajo, pero también descarta todo tipo de sentimentalismo barato. La dignidad no suprime, jamás, el ofrecer ayuda a quien uno entienda, a quien realmente lo necesite, como aquel niño que va y viene todos los días de su casa al Vedado a buscar dinero para comer.
La dignidad enseña que aún en la última de las crisis, en el sistema que sea, uno se lleva piedras a la boca si es preciso, pero nunca se ofrece como carnada de la desmemoria.