Por Esteban Fernández Roig
Miami.- A los nueve años me parecía que le tenía miedo a todo, sin embargo, como mis temores eran infundados se me hacía fácil desvirtuar a mis padres.
Miedo a tocar una gallina negra muerta y tirada en el parque Martí rodeada de kilos prietos y un cabo de tabaco.
Hasta un día en que le pedí 10 centavos a mi madre para comprarme una frita, esta me cogió por una mano, me llevó al parquecito, y con la mano recogió un montón de kilos, los metió en un cartuchito y me dijo: “Mira, llévaselo a Medina para pagarle por tu frita”…
Terror a que durante la noche entrara un ladrón por una ventana y se llevara todas nuestras pertenencias.
Una noche mi padre abrió de par en par puertas y ventanas, se sentó en un sillón en la sala y me dijo: “Estebita, ruégale a Dios que entre un bandido que haya robado en una casa de gente rica antes, para quitarle todo lo que haga falta en nuestro humilde hogar”…
Terror a los fantasmas, había una casa deshabitada en la calle Arango que yo no le pasaba por delante porque decían que “adentro vivía un hombre sin cabeza”…
Miedo los días de Santa Bárbara a que los santeros me fueran a secuestrar y sacrificarme, hasta que mi hermano me dijo: “Estebita, si te llevan pórtate mal igual que te comportas aquí, ve al refrigerador y cómete toda la comida de los babalawos, y tú verás que desgraciadamente te devuelven antes de una hora”..
Terror a los aguaceros con rayos, truenos y centellas hasta que mi querida vecina Luisa Díaz (madre de Pillo, Musa y Pucha) me enseñó a pedirle a San Isidro el Labrador: “¡Quita el agua y pon el sol!”
De mayor sigo teniendo mil temores, sin embargo, ya sé que “El valor es simplemente el arte de saber esconder los miedos “…
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