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Por Jorge Sotero
La Habana.- Un amigo habanero, otrora defensor del castrismo -como yo- y ahora posicionado en contra de todo lo que tiene que ver con la tiranía, me manda esta foto. Dice que la encontró en las redes hace unas horas y que puede ser de la semana anterior. A mí me da igual: se presta para comentarla.
Me queda claro, eso sí, de que es de Cuba, de la de ahora. No es una foto del zoo de Oslo o del de Estocolmo. No es, incluso, de ningún lugar de EsTados Unidos o Suramérica donde tengan felinos enjaulados para luego mostrárselos al público.
Esos huesos metido en cajas sucias, tirados después sobre el césped, el cemento o la tierra, y cargados cualquiera sabe cómo, van destinados a la población. Tal vez esos huesos sean la mejor -o única- fuente de proteínas a las que tengan acceso los dichosos que puedan adquirirlos.
Y no se vayan a pensar que son baratos, o que estarán ahí, llenos de moscas, por mucho tiempo. Nada de eso: tendrán moscas, pero la gente se matará por ellos, porque donde no hay nada que comer, unos huesos suelen ser una solución. Es más, esas osamentas blancas, desprovistas de carnes, podrían ser una solución para los encargados de preparar comida a sus hijos.
¿Y la carne? ¿A dónde fue a parar la carne que antes estuvo adherida a esas osamentas? No me lo preguntes a mí. Solo mira el abdomen pronunciado de cara uno de los dirigentes, la piel tersa y limpia del presidente, el primer ministro, los Castros, los generales y su familia, los secretarios del partido comunista en provincias y municipios, los gobernadores y sus pandillas.
La Cuba de los bandidos vive bien. Esos se comen la masa y los huesos, como aquella canción de Pedro Luis Ferrer, se los dan al obrero.
El cubano común, esos que forman más del 95 por ciento de la población, pasa trabajo, sufre, sobrevive o malvive. Solo quienes pertenecen a la cúpula llevan una vida cómoda y tranquila. El resto, si no tiene un familiar cercano fuera que pueda ayudarlo, camina sobre el filo de la navaja.
La vida en la Cuba castrista se ha vuelto cada vez más complicada. Por eso no es de extrañar que les vendan cosas así a la población, ni que el pueblo se amontone y hasta se pelee por estos huesos. A fin de cuentas, para sobrevivir -como cuenta La Sociedad de la nieve, por ejemplo- los seres humanos son capaces hasta de comerse unos a otros.