Por Esteban Fernández Roig Jr.
Miami,. Era desesperante. Jugaba todos los deportes bastante bien. Me esforzaba, pero de “bastante bien” no pasaba.
Entre los muchachitos era “una estrella” beisbolera, pero cuando me aventuré a jugar con los mayores, un moreno de apellido Kindelán metió una línea por la primera base que por poco me decapita y comprendí que una oportuna retirada es una victoria.
Boxeaba “bastante bien” hasta un día en que Tony Marín (hoy juez en Miami) y Pedrito Pérez Chambless (hoy presidente del Municipio de Güines) me dieron sendos piñazos, me tumbaron al suelo y desistí de la boxeadera.
Iba a la casa de mi primo
Juvenal B. Rivero a ver las peleas de lucha libre entre La Amenaza Roja y el Chiclayano y decidí ser luchador hasta que un vecinito llamado Oscarín Castro me puso una “Llave Nelson”, me rendí y me olvidé de la lucha libre.
Súper bien jugaba al “Ping pong” con mi hermano Carlos Enrique. Fui al Brage y vi a jugar a Willy Miranda (sin relación con el pelotero) y al “Cabo”, y me di cuenta que era un mediocre en el tenis de mesa.
Me defendía jugando a la quimbumbia hasta que jugué con Rafael “el cabeza” García y Albin Alfonso y recibí tremendas palizas.
Creí que era un campeón montando mi bicicleta, hasta que vi a un muchacho mayor de apellido Montesino corriendo y haciendo piruetas con la suya y me sentí completamente destronado.
Creí que chapotear en el río Mayabeque era ser tremendo nadador hasta que vi a Johnny Weissmüller en una película de Tarzán.
Todo lo hacía “bastante bien”: Empinando papalotes, jugando a la viola, lanzando los trompos, hasta que comprendí que en la vida “hacer las cosas bien” no es suficiente, hay que dedicarse a hacer una sola cosa, hacerla súper bien y ser el mejor.
Cogí una libreta y una pluma y comencé a emborronar cuartillas y les prometo que dentro de 10 años no seré el mejor escritor, pero sí el más empecinado en serlo.
Post Views: 108