Díaz Canel, el inmovilismo a la máxima potencia

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Por Anette Espinosa

La Habana.- Cualquier presidente de cualquier país del mundo se reúne contantemente con inversores foráneos y empresarios, firma convenios con otros países para aumentar la producción de esto o lo otro, o analiza con algún mandatario la marcha de la balanza comercial. A veces solo recibe a un magnate de las finanzas o al presidente de una compañía que fábrica equipos pesados, barcos o automóviles.

Los líderes, generalmente electos por sus pueblos, trabajan en estrategias por disminuir la pobreza, porque la industria mejore, porque aumente la producción de alimento o en buscar las vías para que los hombres y mujeres de su país cuenten con lo necesario para vivir, más allá de que unos puedan comprar todo y otros solo lo elemental.

La inmensa mayoría de los gobiernos trabajan para eso, pero el de Cuba no. El presidente de Cuba pierde tiempo en hacer campaña electoral para una farsa en la que iba a salir electo de todas todas, o se va una mañana a reír con los peloteros del Clásico, o una tarde completa a una reunión -llamada pleno- con los dirigentes de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), o a un recorrido -el eufemismo con el que el régimen llama a sus anunciadas visitas a las provincias- para controlar cómo marcha en un lugar u otro la llamada obra de la revolución.

En los primero cinco años de gobierno de El Hombre de la Limonada, jamás he leído que haya hablado de un proyecto para sacar a su país de la miseria, cuando no sean algunas frases aisladas, generalmente vanas o ridículas, para referirse a algo que se puede hacer o no se hace, como aquello de la vivienda y media por municipio por día, como si construir una casa en las condiciones cubanas se diera solo porque alguien lo dice.

Nunca lo he visto trazando planes para reparar las carreteras, esas mismas que cada vez provocan más accidentes y dejan más muertos. Y nunca jamás se ha reunido con productores para ofrecerles maquinaria pesada, semillas y hasta tierras, con el fin de que aumente la producción de arroz, frijoles, carnes, huevos o aceite.

No. El impuesto presidente cubano se reúne con esas personas, pero va a dar un discurso, que generalmente lleva escrito y que solo hace referencia a aumentar controles, decir lo que debe ser y no es y nada más. No hay que olvidar el día que dijo que en Cuba debería haber siempre guarapo, “que es el líquido más abundante”, que no por casualidad fue la misma reunión en la que disertó sobre que “la limonada es la base de todo”.

Tan mal debió estar ese día que el defenestrado vocero castrista Boris Fuentes no pudo encontrar nada mejor para el resumen de dos minutos en el noticiero de televisión, y como ya saben, le dieron un puntapié en el trasero y lo mandaron a casa en plan pijama, con tan buena suerte que poco después le permitieron irse a Argentina con un hijo que vive por allá.

El castrismo cree que todo lo resuelve con sermones, y no es desde ahora, desde estos últimos tiempos, sino de siempre. Porque no hay que olvidar que Raúl Castro dijo una vez que el ahorro era la principal fuente de divisas del país. Eso se lo dijo a los cubanos, en público, como si los 10 millones que pueblan la isla no hubieran estado forzados a ahorrar por más de seis décadas, viviendo en situaciones calamitosas muchas veces, y con escasez de todo, desde los alimentos más elementales hasta las medicinas.

El régimen cree que porque trajo a unos mexicanos a hacer picadillos a la zona franca del Mariel. O a otros a hacer perros calientes, y porque importa un poco de pollo de Estados Unidos, mientras los vietnamitas le donan un poco del peor arroz del mundo, van a resolver los problemas de Cuba, que cada día son más.

Nunca he visto a Díaz Canel hablando de una propuesta para hacer una o 20 fábricas de bloques, o de pisos, o de programas para aumentar la masa ganadera. Jamás dice que va a importar medio millón de novillas para dárselas -o vendérselas super caro- a aquellos que quieran montar una hacienda ganadera. Tampoco lo he escuchado de que va a fabricar o importar sistemas de riego para que aumente la producción de alimentos.

Una vez se vanaglorió de que iban a vender tractores, y al primero que compró uno lo pusieron en televisión. El hombre había pagado 27 mil dólares por un tractor bielorruso que en cualquier parte del mundo no vale más de cuatro mil, y eso comprado por unidad, porque por cantidades deben ser mucho más baratos.

Los que dirigen en Cuba solo piensan en lo que harán cuando vuelvan a casa, en los paseos de fines de semana a las paradisíacas residencias en los cayos que tienen destinados para cada uno, y enfrentan el proceso de gobernar, sin vocación, sin preocuparse por el resto. O sí, se preocupan porque las fuerzas represivas estén listas para sofocar cualquier conato de rebelión, como el ocurrido el 11 de julio de 2021, y que ellos saben que pueden volver a ocurrir.

En fin, no hay un gobierno más ineficiente en el mundo que el cubano, ni un país que marche más aceleradamente a la destrucción total que Cuba. La salida de cientos de miles de cubanos hacia cualquier lado, en busca de una vida -fíjense que ya no digo mejor- es una muestra.

Aquella frase que pudiera ser apócrifa de Martí de que “cuando los pueblos emigran los gobiernos sobran”, es una muestra de que en Cuba nada se hace bien. Y el gobierno y el presidente, en lugar de reelegirse, deberían dar un paso al lado, permitir elecciones, y un cambio de sistema que redundaría en el bien de la mayoría de los cubanos.

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