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CUBA-EEUU: ANEXIÓN, ¿SÍ O NO?

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Por Max Astudillo ()

La Habana.- Varios millones de cubanos han tomado las de villadiego en las últimas seis décadas y medias y prefirieron ser extranjeros en otro lugar, antes que vivir en su país y sufrir las vicisitudes impuestas por el régimen castrista.

Digamos que, si les preguntamos a ellos, dirán que votan porque Cuba sea parte de Estados Unidos, porque así todo será más fácil para los familiares que aún viven en Cuba, y que en muchos casos son los padres, los hijos, los nietos o los hermanos.

Ahora mismo, un por ciento grande de cubanos aceptaría de muy buena gana irse a Estados Unidos. Muchos lo intentaron con el Parole o la CBP-1 hasta que el presidente Donald Trump terminó con todo eso nada más llegar a la Casa Blanca.

No puedo dar un número, una cantidad, pero un por ciento alto de la población, de tener los medios -digamos que familiares que realicen trámites y pagos- estaban dispuestos a volar e irse a vivir al Norte, lo mismo en Filadelfia que en Texas u Ohio. El lugar no interesa mucho, lo importante es irse, porque la vida es una sola.

Y si en lugar de irse los cubanos, por qué no abogamos porque la isla se convierta en el estado 51 de Estados Unidos, como se han cansado de decir los dirigentes castristas por décadas, solo para meter miedo. Es mejor tener un gobernador, que puedes elegir, que un señor feudal impuesto, o un tirano.

Para mí, sería lo ideal, solo que Donald Trump solo hizo referencia a una posible anexión de Canadá, como condición para no imponerle aranceles al vecino del norte, del nort de los estadounidenses, quiero decir. Aaah, y también quiere comprar Groenlandia.

También dejó entrever el excéntrico Trump que Estados Unidos podría hacerse cargo de nuevo del canal de Panamá, y que fue un error haberlo devuelto a los panameños, luego de todo lo que costó su construcción y lo caro que le cobran a los barcos de su país para cruzar la vía oceánica.

Trump no ha dicho nada de Cuba. Solo la devolvió a la lista de países patrocinadores del terrorismo, apenas unas horas después de que Joe Biden la sacara. Aunque hizo algo, lanzó algún guiño, como nombrar a Marco Rubio como secretario de Estado, y a Mauricio Claver Carone como enviado especial del Departamento de Estado para la región de América Latina.

Tanto Rubio como Claver Carone querrán pasar a la historia como los que provocaron la caída del comunismo en Cuba. Y sería una mancha en su hoja de servicio que terminaran su tiempo al servicio de la Casa Blanca sin haberlo conseguido, sobre todo Rubio, enemigo acérrimo de todo lo que tiene que ver con el castrocomunismo.

Ahora mismo, Cuba no despierta el apetito de nadie. A Putin no le interesa. Nada hay allí que necesiten los rusos, cuando no sea mandar algún barco o algún alto jefe para que desde Washington crean que están tramando algo en la isla. Y en este momento ni eso ocurrirá porque parece que hay sintonía total entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Tampoco le interesa mucho a Estados Unidos. Cuba no es la de antes: un país eminentemente agrícola, desde donde llegaban a Estados Unidos productos frescos del agro, como tomates, cítricos, viandas, además de mucho azúcar y algunos derivados. Pero ya ni eso.

Sin embargo, la isla tiene una ubicación privilegiada, un clima muy bueno, unas playas hermosas, con cientos de hoteles construidos y semiutilizados, y cualquier compañía estadounidense podría hacerse cargo de ellos. Además, es un mercado virgen de unos ocho millones de personas, que puede resultar muy apetecible para todo.

Pongamos el ejemplo de la Coca Cola. ¿Cuántos litros de la referida bebida se pueden vender cada año en la isla? ¿O cuántos kilómetros de carreteras o vías férreas se pueden construir? ¿Cuántas viviendas para alguien que quiera probar fortuna con las inmobiliarias? También tendrán un mercado tremendo las telefónicas, los fabricantes y comercializadores de autos y otros vehículos, las cadenas de mercados o de comida rápida.

Tendría Estados Unidos que destinar sumas considerables, pero las opciones de negocio que se abrirían, valdrían la pena, y Trump piensa como un hombre de negocios, solo que cuesta un poco imaginar cómo puede ocurrir esa transformación de país, supuestamente, independiente, aunque feudo de los Castro, a estado de Estados Unidos.

No vaya a pensar nadie que es la primera vez en la historia de Cuba en que la posibilidad de la anexión comienza a manejarse. Algunos de nuestros próceres sentían especial atención por esa posibilidad, aunque en tiempos de España era hasta lógico querer desprenderse de la vieja metrópoli y comenzar a formar parte, como un estado, de la gran nación del norte.

Juro que no tengo escrúpulo alguna en levantar la mano y abogar por la anexión. Eso, al menos, garantizará que los niños cubanos tengan sueños, puedan estudiar, y puedan tener su descendencia sin el miedo latente a que los fuercen a una partida obligatoria, porque dentro de las costas de la isla no hay quien viva, y los sueños se mueren allí.

Si alguien quiere todos mis argumentos, se los puedo dar, pero parto de la idea de que tengo tres hermanas en Estados Unidos, y nunca he podido ir a verlas. Tengo que esperar a que ellas vengan a Cuba, a un lugar inhóspito como el nuestro, para poder abrazarlas. Y como la vida es una sola, admito que es mucho mejor vivir como americano que como cubano.

A fin de cuentas, los que estamos acá seguiremos comiendo arroz o frijoles con carne de cerdo, o comeremos esas cosas otra vez, porque hasta eso el castrismo nos ha quitado.

Yo voto con las dos manos por la anexión, sin duda alguna, y no por eso respetaré menos las ideas de Martí y todos aquellos que forjaron el alma de la patria. Eran otros tiempos, y el hombre es más hijo de su tiempo que de sus padres. ¿Cierto o falso?

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