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Amoroso el odio que nos une

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(Tomado del muro de Facebook de Eduardo González Rodríguez)

La Habana.- En cualquier sociedad los artistas, casi siempre, son aplaudidos por el ciudadano común y odiados, o temidos, por el poderoso común. En los tiempos que corren, hay muchísimas personas de diferentes frecuencias políticas e ideológicas que le exigen determinadas «definiciones»  o «compromisos» sociales a los que dedican su tiempo a cuestiones artísticas. Eso es un error.

Si usted quiere fabricar un artista instantáneo -de esos que se definen con inmediatez y que se comprometen con cualquiera que les garantice el pan, lo mismo aquí que en Australia- cuéntele la historia de la manera que mejor le convenga. Explíquele que el hombre vino del mono, o de Dios, da igual, y marque cuidadosamente los límites que no debe violar. Ese artista instantáneo será extremadamente útil para su causa, pero jamás le será útil a la humanidad.

Un artista de verdad no negocia su visión e interpretación del mundo con los usureros del arte y la política. Quizás no venda un cuadro, no publique un libro, no pueda grabar un tema musical o no tenga plata para materializar la película de sus sueños, pero el solo acto de no venderse le da más felicidad que el dinero complaciente de cualquier extremo posible.

Los artistas son eternos inconformes, chocan con la vida y plasman en su arte lo que la vida les devuelve. No tienen un pensamiento estático ni respetan conceptos de pedestal porque no trabajan con fórmulas políticas ni económicas, así que son odiados, o respetados, con la misma intensidad. Y no es un fenómeno nuevo.

No obstante, a pesar de que alguien dijo alguna vez que «lo primero que hay que salvar es la cultura», hay unos cuántos disfrazados de patriotas llenando las plataformas sociales con chistes ruines, vulgares, malintencionados, que pretenden disminuir a los artistas, como si fueran los artistas responsables de las crisis recurrentes del sistema. Se burlan abiertamente, y autorizadamente, porque los artistas «traicionan» la patria yéndose de Cuba o porque exigen determinados derechos, pero no tienen valentía suficiente para hablar de los hijos, sobrinos y nietos de los dirigentes de este país que viven amablemente en el corazón de los Estados Unidos o en cualquier lugar de Europa a salvo de la Resistencia Creativa y del cotidiano sacrificio de un pueblo. Y no es que esté mal vivir donde uno decida -para mí siempre fue y será un derecho legítimo-, pero no está bien esa parcialidad aparentemente revolucionaria que habla de unos y hace silencio sobre otros.

El Realismo Socialista nos hizo mucho daño. Aunque se impusiera por decreto, una vez más, la estrategia de enaltecer los valores del socialismo frente a cualquier sistema posible, este, el de nosotros, ya no nos sirve. De socialismo le queda muy poco. Aquel cadáver del capitalismo que ayer íbamos a ver pasar, hoy se pone la corbata frente a nuestros propios ojos. Y hay muchos asustados. Quizás por eso hay una cruzada contra las MIPYMES. También es comprensible. Nos enseñaron desde pequeños que pensar por nuestra cuenta es malo, y que el dinero es malo, y malo todo aquello que no sea dictado desde arriba sin sufrir las consecuencias de este abajo que ya está bien abajo, ¿verdad?

Sepan que si no se hubieran aprobado las Mipymes -aunque tarde- hoy no hubiera aceite, ni pan, ni galletas, ni merienda para la escuela de los niños. Es cierto, hay muy pocas que producen, pero eso tampoco es nuevo. Lo que comenzó a venderse en las famosas candongas tampoco era producido en Cuba. Era un negocio de comprar allá para vender aquí, y fíjense que es lo mismo que hace el estado cubano, comprar pollo allá para vender aquí. Y a veces peor, porque en ocasiones lo que se produce aquí terminan vendiéndolo en las tiendas MLC a las que sólo tienen acceso los que reciben dinero de allá. Pero claro, se puede hablar mal de las Mipymes. Nadie te va botar del trabajo, ni te van a llamar enemigo, ni te van a colocar un cartel de mercenario por hablar mal de las Mipymes. Pues les digo a esos compañeros revolucionarios que estallan en improperios en cualquier plataforma digital, nadie hizo una Mipyme a pantalones. Las aprobó el estado cubano. O sea, que hablar mal de las Mipymes es decir que el estado cubano es un incompetente.

Pasa lo mismo con los artistas. Hablan oprobios de los cineastas, de escritores, de músicos y actores de tv porque también es fácil. Ellos, los artistas, tienen el valor de decir lo que piensan y la decencia de responder a los insultos con respeto y argumentos, no con otro insulto. Sin embargo, nadie habla de la cantidad de militantes del PCC que han cruzado el charco. Esos sí son unos hipócritas. Vivieron engañando -porque eso sí es un engaño- y se hacen el poco favor de criticar, desde allá, el sistema al que sirvieron para seguir esa miserable vida de marionetas.

Un poco de respeto, de silencio, de dignidad, no le iría mal a esos que creen que están defendiendo algo, o a alguien, mientras en la práctica están dividiendo a los cubanos en bandos. Los cubanos, donde quiera que estén, quiéranlo o no, seguiremos siendo de un solo bando. Lo malo de América es que cualquier tonto, con más discursos que argumentos, puede dividirnos. Pero eso es temporal. La vida se encargará de probarlo.

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