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Por Luis Alberto Ramirez ()
Un cambio político real en Cuba no puede concebirse sin una intervención humanitaria externa. La isla vive bajo un régimen férreo, blindado contra el descontento popular. Este régimen es sostenido por el control totalitario de las instituciones, las armas y los medios de comunicación.
El pueblo cubano no solo carece de voz, sino que también está absolutamente indefenso. No tiene partidos, sindicatos independientes, prensa libre, ni derecho al reclamo público sin consecuencias represivas. Es, como bien se dice, una lucha de león para mono… y el mono, encima, amarrado.
Las protestas masivas en los últimos años, como el 11 de julio de 2021, dejaron claro que el pueblo sí tiene voluntad de cambio. Sin embargo, también demostraron que el régimen tiene la maquinaria represiva bien aceitada.
Las detenciones arbitrarias, las condenas desproporcionadas y el exilio forzado han sido las respuestas oficiales. El efecto es desmoralizante: cada intento de protesta termina no solo aplastado, sino desdibujado del relato oficial, como si nunca hubiera ocurrido.
Las experiencias de Nicaragua y Venezuela son aleccionadoras, aunque trágicas. Las dictaduras contemporáneas han aprendido a resistir el descontento popular con una mezcla de represión brutal, propaganda interna y respaldo geopolítico de aliados convenientes.
Pero el caso de Cuba tiene una agravante aún mayor: es una isla sin fronteras, sin vías de escape terrestre. Una especie de Alcatraz geopolítico donde el cerco no solo es físico, sino también desinformativo y psicológico.
Mientras la comunidad internacional siga mirando hacia otro lado, limitándose a declaraciones diplomáticas vacías y a condenas sin consecuencias, no habrá salida.
No importa que el secretario de Estado de los Estados Unidos sea cubano. Tampoco que los congresistas del sur de la Florida sean cubanos. Ni que a Rosa María Payá la hayan colocado en una silla en la comisión interamericana de derechos humanos. No resolvemos nada con ello, porque para la libertad de Cuba hacen falta balas, no lenguas.
Cuba necesita algo más que compasión: necesita una intervención humanitaria. Esta intervención debe romper el cerco, proteger a los ciudadanos y abrir un camino real hacia la libertad y la reconstrucción. Porque solos, los cubanos están condenados a seguir resistiendo sin esperanza de victoria.
Y una nación que resiste sin futuro no vive: simplemente sobrevive.