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Por Ulises Toirac ()

La Habana.- Hace dos dias me puse a hablar con alguien en la calle… Bueno, yo cada vez que piso calle hablo con el que se me ponga alante. Hay gente que no está pa eso o le caigo mal, y me repliego enseguida, leo las señales y me trago la lengua. Pero generalmente meto palique con María Santisima.

Este socio que les digo vive en la Habana pero la familia es de Pinar. Y hablamos primero de los tarrallazos eléctricos en la capital (que cada vez son más sabrosones) y me explicó la cosa sicológica en su tierra.

Me dijo:

—Se habituaron. Sicológicamente, es normal que venga un apagón de 15 o 18 horas y al venir saben que son dos o tres y hacen lo necesario… lo mismo con lo de cocinar con carbón o leña. Se habituaron. Es lo cotidiano. Viven así y no esperan otra cosa.

Me quedé mudo de horror. A ver, uno imagina cierta defensa sicológica para sobrevivir la debacle que significa el tren que les está pasando por encima a muchísimos cubanos. Pero hasta que no ve de frente el fenómeno no es capaz de aquilatar todo el horror que supone que en los albores del siglo XXI, en un país que llegó a tener más del 90% electrificado desde hace burujón de años…

El daño y las ausencias

Y no para ahí. El daño no se limita a eso. El daño comprende todo un conjunto de fenómenos que se interconectan: la comida que se echa a perder, el trabajo de tres horas cada cuatro días, la ausencia de servicios primarios, ausencia de medicamentos, servicios médicos nulos, ausencia casi total de insumos en tiendas…

Es como una guerra. Yo imagino que los prisioneros y habitantes de los territorios ocupados en la segunda Guerra Mundial seguían el curso de la guerra. Primero veían que no habría fin pero en pocos años empezaron a llegar las noticias de las derrotas de los alemanes, se acercaba el futuro, la libertad, la vida, continuar… Aquí no hay eso. Ni en dos ni en diez ni nunca. No habrá avance de las «tropas amigas» porque no hay manera de que lo hagan.

Es horrible y no veo la escapatoria. No se avizoran pasos coherentes, por el contrario, las medidas apuntan a un virus comiéndose a su hospedero. Dejándolo sin defensas e inanimado. Sobreviviendo de sueros que le ponen desde afuera.

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