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Por Esteban Fernández Roig
Miami.- Yo no tengo que buscar a Cuba en ningún mapa. Ni ir a Cayo Hueso para enterarme de la distancia que supuestamente nos separa.
Ya ni creo que está en el Caribe, porque con solo ponerme la mano en el pecho siento los latidos de Cuba.
Cuba está en mi hogar, Cuba está dentro de mi refrigerador, Cuba está en el patio de mi casa. Además, Cuba está dentro de la maletica de lunch que les preparábamos a mis hijos y ahora ellos se los preparan a los suyos…
Cuba está en el olor a café cubano que despiden todas las casas que visito, Cuba está en forma de islita colgada en mi cuello…
Cuba está en un girasol, en una mariposa y en el trinar de un sinsonte. También está en mis recuerdos del Bidet de Paulina, del Caballero de Paris, y de la sagrada Virgen del Camino.
Cuba está en unas croquetas en Islas Canarias y en un sándwich en el Palacio de los Jugos de Miami. Asimismo, está en unos pastelitos de guayabas en Porto’s de Glendale.
Cuba está al escuchar un “coño” salido de la boca de un compatriota montando en un camello en el Desierto de Sahara.
Está en un mojito, en un guarapo, en un Ironbeer, en una Materva y en una Jupiña.
Está dondequiera que suenen las tumbadoras y los timbales iniciando una buena rumba o un guaguancó. Además, la Patria está hasta en unos viejos discos de Vicentico, de Tejedor y de Barbarito.
Cuba está en New York, en un niñito de tres años que sus padres cubanos logran por primer vez ponerle una guayaberita.
Cuba está en el Parque del Dominó, en la Casa del preso, en los Salones de los Municipios. También está en el Museo de la Brigada y en las oficinas de Alpha y de la Junta Patriótica.
Cuba está en el cerebro, en el corazón y en los recuerdos de todo cubano verdaderamente cubano.
Cuba no está a 90 millas, ni está al doblar de la esquina, Cuba está profundamente incrustada en nuestros pechos. Y en nuestras almas.