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JURO DECIR…

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Por Ulises Toirac ()

La Habana.- Muchas personas se han maravillado de el «espíritu» de gozadera y de improvisación con los que salía al aire uno de los proyectos más sólidos en los que he trabajado: el programa de televisión «¿Jura Decir la Verdad?»

Jura…, como decía su Chivichana: «le zumbaba el merequetén». Se basó en primera instancia en el casting de tercero, cuarto y quinto bates. Siempre Gustavito Sabadazo (Geonel Martín) estuvo en el plan. Desde mucho antes de llegar a la etapa de escoger actores.

Y aunque pensé en Carlos Otero para el personaje del Sr. Juez (aun pienso que hubiera sido un casting muy acertado), quiso la fortuna que lo hiciera finalmente HilarioPeña, cuyas capacidades de interpretación en la cuerda del humor, me volaron el cerebro viéndolo encarnar un personaje muy simpático en una novela.

No había tal «improvisación» salvo una muy pequeña porción que derivaba de grabar el programa de arriba a abajo en presencia de público.

Lograr aquello (grabación con público) sin ser programa musical, llevó Dios y ayuda (esas cosas que tienen las instituciones en Cuba: si no tiene patas ni almohadas, no es cama).

El riesgo de meter la pata

La idea mia era simple: lograr en los actores el riesgo a meter la pata (un estado de alerta imperativo) tal y como en el teatro, y esa realimentación que la televisión generalmente suele eliminar en su proceso productivo por necesidades de producción.

Se tomaban dos guiones y se ensayaban durante dos semanas. Religiosamente todos los dias laborables. Con una disciplina que no admitía el más mínimo relajo.

Los guiones, de tanto pasa-pasa por encima, terminaban puliditos. En los ensayos se quitaba y se ponía, se ampliaba o recogía y… se marcaba la «improvisación».

Viéndolo en retrospectiva, el arte era que pareciera improvisado. Generalmente eran elementos que no tenían que ver con el guion o con los personajes, sino con la vida real y los actores. Debía ser un paso «fuera del plato» que sin dejar de estar, no sacara a la gente de la dramaturgia del escrito.

Y luego estaban los «accidentes». Pequeñas maldades que nos hacíamos sin que nadie lo supiera salvo yo (caso que no fuera » contra mí) porque los camarógrafos debían estar sobreaviso para tener la cámara donde hacía falta.

Era un proceso muy exigente, demandante de un esfuerzo bastante grande por parte de todos los que lo hacíamos, pero sobre todo de los actores.

Sin embargo el resultado era… ¡Jone! ¡Qué manera de disfrutar! ¡Qué manera además de darse cuenta en la gente por la calle, que todo aquel esfuerzo valía la pena!

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