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Por Alexis Díaz-Pimienta ()
Sevilla.- Sacha, carajo. No ha terminado uno de llorar a un amigo y se va otro. Es un goteo. La vida. No creo que haya un solo narrador de mi generación que no tenga deudas con Francisco López Sacha.
Era, desde que yo era joven, un escritor ubicuo. Sublime y ubicuo. Sacha en los Encuentros de Talleres Literarios. Sacha como jurado en todos o casi todos los concursos. Sacha Crítico literario en La Gaceta. Sacha en la UNEAC. Sacha en la calle. Sacha en el Palacio del Segundo Cabo.
Tuve la suerte de ser su amigo. Así, sin paliativos. Puedo asegurar incluso que fue de los pocos narradores de su generación que abrió su pecho a mi literatura. Me presentó libros. Me premió varias veces. Hablábamos de literatura siempre, con una disciplina muy borgeana, o mejor, macedónica, casi bioycasariana.
Hablábamos de literatura en los pasillos, en la calle, donde nos encontráramos.
Sacha cada vez que me veía me saludaba con una euforia casi infantil; me decía: ¡General Pimienta! Sí, Sacha le daba grados militares a sus amigos escritores. A mi me ascendió rápido. Pasé de teniente a general tras leerse algunos libros míos. Tan generoso como juguetón. Sacha era, y no exagero, el intelectual más simpático que he conocido.
Sin pose. Simpático, natural, cercano, abierto. Tenía algo intrínsecamente feliz en el rostro. Sonreía siempre, no sé cómo lo hacía, pero Sacha sonreía siempre, involuntariamente incluso. Su cara se adelantaba, su risa iba delante y él detrás.
En los años 80, cuando yo era un simple joven narrador (nadie sabía que era repentista y mucho menos poeta) Sacha me recibía risueño como si me convenciera de treinta años después. Ese era Sacha.
Se montó en mi cuento La Guagua (1991) y nunca se bajó de él. Y luego, en mis novelas. Yo no me he bajado nunca de sus novelas, sus cuentos, sus ensayos tan lúcidos. Sacha, carajo. Acabo de saber por nuestro amigo común Roberto Chile que hoy te has ido. Y lo primero que solté fue un “Sacha, carajo”. General, carajo.
Te echaremos de menos. Somos muchos. Cuentistas, novelistas, poetas, amigos, lectores, soldados rasos de la literatura a los que tú, solo tú, nos dabas tratamiento jerárquico. Alguien, porfa, alguien que esté en La Habana, que corra al parque Lennon y le limpie las gafas a su amigo Beatles. Su amigos John hoy debe estar diciendo como yo, “Sacha, carajo”, incrédulo él también y triste.