Por Daniel Martínez Rodríguez ()
Escucha la palabra y el rostro le destella como un libro que se está leyendo: ¿si ella relata historias e incógnitas habrá truenos en su azul mirada; si su significado aborda polémicas seductoras, las llamas iluminarán su expresión? Lo miro y me pregunto si esos pareceres pudieran adoquinar su narración interna. Incluso firmar una parte de su legado. Ese que se le presenta como un lugar duro y sanador en el que uno de cierta manera se enfrenta a sí mismo. Donde en ocasiones solo queda la agudeza y la pericia para refugiarse, contraatacar y sobrevivir.
Le anuncio otra vez la palabra y la escena se torna silenciosa como una tierra de presagios. El vocablo se le traduce en gestos, emociones y tensión. Lo dice su semblante. Por esa palabra nombrada ajedrez circula más que sangre y espiritualidad, y está viva…
“Ha marcado mi vida junto al periodismo —expresa Jesús González Bayolo, su voz tiene una cadencia suave y familiar, como si hubiera esperado este momento durante mucho tiempo—. Una vez me preguntaron que cuál escogería. El segundo es la base de mi existencia y el ajedrez es el complemento ideal”, apunta y se acomoda en una robusta silla de madera. Conversamos en la sala de su cálido y modesto apartamento una fría mañana a finales de enero. Solo nos “amenaza” alguien que no muy lejos escucha una vieja balada popular sobre amores a la ligera…
“¡Sííí, el ajedrez ha sido subestimado —expresa en tanto los trazos de mi escritura lucen como hormigas que en línea recta buscan su guarida—. La prensa tiene parte de culpa. Cedieron espacio. Las nuevas tecnologías limitaron los medios impresos. Hubo una etapa en que tuvo una divulgación extraordinaria. Actualmente no hay suficientes periodistas que amen el ajedrez —afirma y balancea los brazos como si estuviera remando en medio de una tormenta—. En mi etapa en Juventud Rebelde aproveché la oportunidad. Espero que los aficionados me recuerden”, acuña y los ojos se le ensanchan como las velas de un barco en feliz travesía.
“Sabes —exclama y creo que se sorprende de usar la expresión—, tengo el criterio de que su práctica ha decaído por las dificultades existentes para la realización de torneos de base. No hay juegos de piezas. Los locales no cuentan con las condiciones necesarias. Aun así hay un espíritu grande entre los que dirigen el ajedrez en Cuba para solucionar ese problema”, asevera mientras recuerda que atesora las categorías de Maestro y Árbitro Nacional, además de ser miembro del Salón de la Fama del Ajedrez en América…
Tensa la frente. Calla unos segundos. Los adornos y objetos de la sala parecen escucharlo. Incluso que varios de los rostros de las fotos que cuelgan de la pared comprenden sus palabras.
“No podemos olvidar la situación económica que vivimos —asevera y arquea una ceja—, eso influye bastante. Hubo un momento en que ningún ajedrecista se iba del país. El primero fue el Gran Maestro Julio Becerra en 1999. A partir de ahí se amplió el éxodo. Son decisiones personales”, puntualiza y mira hacia un tablero de ajedrez, donde una de las piezas, quizás un alfil lo observa con semblante serio y eterno…
Carmen Alicia, su esposa, nos aborda. El café oscuro que sirve en tazas ribeteadas en verde danza entre llamativos reflejos dorados. Su aromático vapor seduce, casi provoca. Un sorbo inmenso inunda mi boca. Me hace bien. Activa mi ánimo.
“A Leinier Domínguez el pueblo lo sigue y quiere. Después de Capablanca es el mejor de nuestra historia —prosigue y el martilleo de sus zapatos sobre el piso le indica que continúe por esa senda—. Tiene mucho talento y capacidad de selección. Está autorizado por la federación cubana a jugar el campeonato nacional cuando lo desee. Él solo se enfoca en el ajedrez y en su instrucción religiosa, que es muy grande —destaca y de repente se asemeja a un humilde profeta de la vida con aires de rey bíblico—. No ha asumido ninguna actitud política contra Cuba. No así Lázaro Bruzón, que realizó una campaña fuerte en las redes sociales.
“Las personas que padecen o son propensas al Alzheimer deben jugar ajedrez. Está demostrado científicamente el beneficio que le produce al cerebro —subraya en tanto una sonrisa baila en sus ojos y busca la complicidad de Carmen Alicia, atenta al diálogo y dispuesta a desposarse con algunos de sus criterios—. Sin duda deberían practicarlo todos sin importar la edad. Incita a pensar y encontrar soluciones. Sirve como herramienta para la reinserción social”, enfatiza y con expresión tranquilizadora se mueve como si quisiera abrazar lo expresado.
Bayolo se estira en el asiento. Encorva un poco los hombros y agrega: “La intención de la Federación Internacional es lograr que el ajedrez sea un fenómeno global. Organiza eventos que tratan de superarse en cada edición. Una de sus ideas es reducir el periodo de las partidas —señala inclinándose hacia adelante para volver a la carga, juntando las manos por las yemas de los dedos haciéndolos repiquetear entre sí—. Que el espectáculo sea más atractivo para el público y la prensa.
“La era digital desarrolla el ajedrez a límites insospechados. Los románticos creen que hace daño —expone como una ráfaga entretanto con aire reflexivo se acaricia los blancos pelos de su distintiva barba—. Es curioso, antes había menos jugadores. Ahora se amplió el número de practicantes, pero ha descendido el nivel”, advierte escudado en una respiración profunda y satisfactoria.
“No hay partida perfecta. Sí brillante. Tampoco existe el ajedrecista perfecto, ni el más grande de la historia. Cada época tuvo su gran figura. Los jugadores son hijos de su tiempo— acuña con pura pasión despellejada—. En su centenario la Federación Internacional hizo una selección que dejó atónitos a no pocos. Eligió a Magnus Carlsen, quien dijo que ese privilegio le pertenecía a Kasparov, pero ¿dónde dejamos a Capablanca, a Fischer y otros? Para escoger al mejor hay que buscar ciertos parámetros”, sentencia y sus manos de erudito, blancas y finas apuntalan la afirmación.
“Mi pieza preferida es el caballo. La apertura que más me gusta apenas se utiliza, es el Gambito de Rey. Boris Spassky lo empleaba mucho. Con piezas negras me inclino por la Defensa Escandinava”, aclara y apaga mi duda como el agua sofoca la más tibia chispa…
Deseo seguir exprimiéndole sus jugos más profundos. No es un alguien que se enroque. Entonces hago la jugada de Marshall (se suele nombrar como una de las mejores de la historia), perdón, la pregunta.
“Sería petulante decir que intenté cambiar la percepción del ajedrez en la prensa cubana. Aporté bastante a la preferencia de los lectores. He sido el que más ha publicado sobre el tema en nuestro país cuando los medios impresos circulaban mejor”, indica y sus párpados, anchos y abombados cobran una vitalidad soñadora.
“En materia literaria se ha escrito poco de ajedrez en Cuba. Desconozco la razón. Me llama la atención que Eduardo Heras León, un gran escritor y amigo mío, que fue campeón nacional juvenil, no explotó el asunto —afirma y chasquea los dedos a solo centímetros de su cara—. Yo escribí un poema. Tal vez debería trabajar más esa idea”, afianza con el estilo de los artistas, que optan por quedarse con lo esencial desde un punto de vista retórico.
Bayolo ancla su opinión sin dudas. Te devuelve una cercanía que va muriendo. Una clase de franqueza en tiempos de dobleces.
“Soy conocido gracias al ajedrez. Un gran intelectual y político cubano me dijo en una ocasión que leía mis trabajos. Fue gratificante”, murmura y su veracidad suspira.
“Cumplí muchos sueños profesionales. Tuve grandes experiencias. Estoy feliz con lo que hice en el periodismo. Por cierto, tuve la oportunidad de conversar con Bobby Fischer —destaca y siente el pasado como un perfume—. Fue en la Olimpiada de 1966 en La Habana. Yo tenía 14 años. El era cercano y elegante. Le gustaba que respetaran su privacidad. Hablaba ruso y español. Me preguntó cómo sabía de sus partidas. Quería conocer más del ajedrez cubano. No daba autógrafos antes de jugar. Tengo el privilegio de atesorar uno”, acentúa y arrastra la idea hacia un íntimo espacio de paz.

Le interrogo por última vez. Entrecierra los ojos. Desciende a su memoria más profunda. Su lenguaje gestual anuncia ¿jaque mate?
“El ajedrez como la vida tiene apertura y final —asegura y ríe discreto, en diminutos estallidos—. El tablero cambia de posición en cada jugada y la vida te puede revertir la perspectiva luego de una acción. Ambas te obligan a tomar decisiones. La vida es una partida que hay que jugar”…
Jesús González Bayolo rasga el velo de su sabiduría. A su manera, convive con el ajedrez, noble virtud donde convergen lo bélico y espiritual como búsqueda y propósito. Mundo con apariencia de destino que intenta hacer justicia a uno de los misterios del alma humana.
(Tomado de Trabajadores)