Por Arnoldo Fernández
Contramaestre.- Las voces cerca, muy cerca:
-¡Arnoldito, Arnoldito, un ladrón!
Cuando abro la persiana, el ladrón ahí mismo, pegado a la pared. Llamé a otros vecinos y así la voz llegó a todo el barrio. Al ladrón no le quedó otro remedio que entregarse. Lo rodeamos. Lo interrogamos.
Llamamos a la policía, pero demoró una eternidad en venir, así que alertamos al hombre, nos dijo que era del Cobre, lo alertamos para que no volviera más por aquí o las consecuencias serían muy malas para él. Lo dejamos ir.
Después, mucho después, llegó a pie una pareja de policías y dijo que no había combustible desde el año pasado, por eso la demora. El ladrón se fue, no quedó otro remedio que soltarlo.
El pueblo no es la justicia, no es el orden público. Otros ladrones volverán, pero algo sí tenemos claro, cuando somos una misma voz, un mismo cuerpo, no hay ladrón que pueda escaparse.
Post Views: 38