Por Jorge de Mello ()
La Habana.- Hace exactamente cuatro años, cerca de las 12 del día, mi hija Daniela me llamó por teléfono desde su oficina en el Festival de Cine de La Habana, para decirme que varios de sus amigos y compañeros estaban parados frente al Ministerio de Cultura solicitando dialogar con las autoridades culturales sobre los derechos de los artistas e intelectuales del Movimiento San Isidro, que habían sido reprimidos violentamente la noche antes.
Me dijo que pensaba terminar el trabajo que estaba haciendo e inmediatamente se iba a unir a sus colegas concentrados frente a las puertas del Mincult.
De esa manera me enteré, con cierto estupor y mucho orgullo, de lo que estaban haciendo un grupo de jóvenes honestos y valientes.
Durante las siguientes 2 o 3 horas seguí por las redes sociales lo que allí sucedía, hasta que decidí incorporarme también a lo que se había convertido ya en una verdadera manifestación cívica.
Allí estuve esa tarde-noche junto a un montón de colegas y amigos. La forma en que los funcionarios decidieron evitar encontrarse cara a cara con los jóvenes artistas, dilatando de esa manera durante muchas horas lo que inicialmente pudo haber sido un fructífero diálogo, y todo lo sucedido después, es materia para los estudiosos de la historia nacional.
Mi recuerdo de ese evento merecería igualmente un texto largo no propio para este espacio. Pero lo que me importa destacar ahora es que lo sucedido el 27 de noviembre de 2020 quedó como un parteaguas en la historia reciente de Cuba, y es una fecha que no debemos olvidar.
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