México DF.- El cuerpo nudoso de Pedro Orlando Reyes subió la escalera como si bailara, estiró sus brazos, demasiado largos para un peso mosca, y me hizo un pedido amable: «Hermano, necesito el cuarto que me ligué a una chica».
La historia ocurrió en el torneo Playa Girón de Cienfuegos en enero de 1990. Mi compañero de habitación, José Luis López Sado, había regresado a La Habana y yo me había quedado solo en la pieza del hotel donde dormían los de la prensa.
Pedro Orlando, acabado de ganar plata en el Mundial de Moscú tenía un ligue y aunque no me conocía, me pidió que le hiciera el paro, me mudara con un colega que no tenía rommie y le dejara el camino libre. Yo acepté con una condición: «No me desmientas cuando cuente el cuento».
«Pedro Orlando Reyes me sacó del cuarto y no tengo dónde dormir», le dije a Matienzo, el periodista alojado en la primera planta del hotel. El colega explotó, dijo que eso superaba todos las humillaciones al gremio. «¡Es el colmo, un peleador profesional abusando de un periodista. Debemos unirnos en estos casos!», gritó indignado el comunicador antes de darme la bienvenida.
Al otro día fueron las semifinales y horas después se acabó el campeonato. Yo mantuve mi pose de ofendido y arrasé con la historia. Pedro Orlando pesaba 51 kilos en 1990, lo mismo que yo, lo cual hizo creíble la historia del abuso inventado que jamás aclaré.
El cuento me convirtió en un héroe los dos días finales del torneo por una razón diferente a la que me hubiera gustado. Quería ser abrazado por mi capacidad para fabular, pero me cobijaron por segunda razón más detestables después de la deshonestidad: ser víctima.
Hoy el peso mosca de poderosa pegada se sumó a la lista de boxeadores cubanos muertos antes de tiempo, la mayoría abandonados por los que antes utilizaron su fama y presumieron haberlos formado.
Fue uno de nuestros mejores moscas, pero no pudo aspirar al título olímpico porque por aquel tiempo el gobierno de Cuba boicoteó los Juegos de Los Angeles 1984, cuando Pedro Orlando tenía 25 años, y Seúl 1988, a los 29 años del púgil. «Sin autosuficiencia, en 1984 y 1988, hubiera sido doble campeón olímpico, porque era un cheque al portador», dijo años después en una entrevista.
Encontrarlo en el infierno cuando me toque mudarme, me podría dar la posibilidad de cobrarle el favor. Imagino que por su condición de campeón, el gerente del lugar le de de una suite y yo pueda aparecerme en su puerta con un discurso que desde ya ensayo: «Hermano, préstame tu cuarto que me ligué una pecadora con un delicioso olor a azufre».
¡Descansa en paz, bailarín!