
Newsletter Subscribe
Enter your email address below and subscribe to our newsletter
Por P. Alberto Reyes ()
Camagüey.- Todo lo que produce vida, da y recibe. Al entrar en este mundo, recibimos mucho más de lo que podemos dar, pero en la medida en que crecemos, si bien nunca dejamos de recibir, nuestra capacidad de ofrecer aumenta hasta el punto de que llegamos a definirnos más por lo que damos que por lo que recibimos.
Lo que damos es lo que determina la huella que dejaremos en este mundo, de ahí que sea esencial hacerse esta pregunta: ¿Qué huella quiero dejar en el tiempo que me ha tocado vivir?
Dios no nos pide que nuestra huella tenga que ver con aportes espectaculares a la humanidad. La huella que Dios quiere que dejemos está determinada por el bien que decidimos hacer en nuestro día a día.
Incluso el resumen de la vida de Jesús no fue otro que “pasó por esta vida haciendo el bien”.
Ofrecerse, sin embargo, necesita un aprendizaje en la capacidad de someter las conveniencias personales al bien mayor, y es aquí donde nos hace falta la experiencia de intimidad con Dios, tanto para “ver” dónde está el bien mayor como para tener la fuerza y alimentar la disponibilidad de elegir ese bien mayor, pasando por encima de nuestros deseos del momento.
Jesús se nos propone como referente de donación, no sólo por su ejemplo de vida sino también por la guía que nos da en su Evangelio y por la posibilidad de recibirlo a él mismo en la eucaristía, si bien es cierto que la eucaristía no produce ningún efecto si no viene sustentada por una experiencia de relación, de intimidad, de diálogo continuado con el Señor.
Comulgar no es el simple hecho de recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, es la declaración de que decidimos acoger en nosotros la vida de Jesús, para traducirla en obras concretas de amor y de entrega.
Comer el cuerpo del Señor y beber su sangre son el signo de que se busca asimilar la propuesta de aquel que se recibe, obteniendo la vida del eterno para traducirla en actos que nos permiten dejar huellas de eternidad en un tiempo que, continuamente, pasa y muere.