Por Esteban Fernández Roig
Miami.- El niño podía tener solamente dos pantaloncitos y las madres se mantenían lavándolos y planchándolos para que siempre estuvieran presentables. Dos camisitas limpias y almidonadas.
El muchachito poseía un solo par de zapaticos y siempre tenía a mano un cepillo y una latica de betún y los mantenía invariablemente brillosos.
A los tracatanes del régimen les encanta pregonar que los Reyes Magos no les traían regalos a los muchachos pobres.
Sin embargo, jamás yo vi a un niño de padres acomodados que tuviera un buen juguete y le prohibiera al amiguito pobrecito jugar con él.
Yo nunca vi a un fiñe que le prohibieran jugar básquetbol en el Liceo, ni bañarse en el río Mayabeque ni en la Playa del Rosario.
Todos los muchachitos en mi entorno no sabíamos de racismo, ni de discriminación, ni de envidias…
Las pelotas en la quincalla de Adea y Humberto -frente al glorioso Parquecito Martí- costaban 10 centavos.
Dominguito Martínez (abuelo de mi amiguito Mario Alberto Martínez Alzerrat) compraba tres o cuatro a la semana y con ellas jugábamos el barrio entero.
Nada costaban las quimbumbias, ni las pelotas de cajetillas, ni la viola, ni las chivichanas.
Montones de colegios públicos con magníficos maestros, jamás un padre rico le dijo a un hijo: “Oye, no hables, no juegues, ni te relaciones con ese niño porque es pobre, y sus padres se están comiendo un cable”…
Niño que llegaba a mi casa a las 12 del día por seguro que se sentaba a comer junto con mi hermano y conmigo.
A las 6 de la tarde siempre habían un montón de muchachitos ( blanquitos, negritos, mulaticos) alrededor del Zenith viendo a los payasos Gaby, Fofó y Milike.
Y yo, ¿qué era? Ni por la cabeza me pasó indagar la situación económica de mis padres. Y mucho menos la de los padres de mis amigos.
Vaya, lo único que sabía era que había niños pobres en otro continente porque cuando le hacía una mueca a la comida mi madre me decía: “Comételo todo que los muchachitos pobres en África no tienen que comer”…
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