Esteban Fernández Roig
Miami.- Nos encanta decir: “Martí no debió de morir” y añadimos con orgullo martiano que: “Si Martí viviera, otro gallo cantaría”…
Cierto, yo creo firmemente eso. Muchísima falta que nos hizo durante la etapa republicana.
Sin embargo, si Martí resucitara hoy y pudiera simplemente darle un vistazo por unos minutos a la patria -que él tanto amó, luchó, defendió, y dio su vida por ella- convertida en una pocilga, un gigantesco estercolero, hubiera sufrido la mayor decepción de su vida.
Hubiera muerto de vergüenza, o hubiera sido fusilado por el heredero de Valeriano Weyler.
Porque lo cierto es que el colonialismo español era muchísimo más hidalgo, benigno y condescendiente que la chusma barbarie implantada en nuestro país desde 1959.
O… haciendo buena su genial frase de que es preferible “vivir sin patria, pero sin amo” hubiera de nuevo escogido el camino triste del destierro.

Me encantaría ser optimista e imaginar a José Martí poniéndose al frente del exilio cubano, uniéndonos, organizándonos, regañándonos y como Jesucristo sacando a los fariseos de los templos.
Pero, la desagradable verdad es que cuando de nuevo -como hicieron previamente a 1895- los malos cubanos comiencen a llamarlo “Capitán Araña” y “Pepe Ginebra”, se lanzaría al mar en una lancha, siguiendo el ejemplo glorioso de “Yarey” y de Vicente Méndez, rumbo sur…
Y al tocar tierra cubana caería de nuevo abatido esta vez por las AK- 47 de las asquerosas Tropas Especiales -Guarda Fronteras- del Minint.
Por lo tanto, y con inmensa tristeza, tengo que reconocer que José Martí tuvo la gran suerte de no acompañarnos en este desunido exilio ni ver a su idolatrada nación convertida en polvo ceniza oscuridad y derrumbes…
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