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Por Arnoldo Fernández ()
Contramaestre.- El chanchullo entra en la mayoría de los oídos, los conquista, pone sus palabras más podridas en su boca. Los oídos las comparten en cualquier esquina.
Los niños se burlan de los héroes, se burlan de todo, muy pocas cosas merecen su respeto. ¡Y dicen que somos el país más culto del mundo! ¿Cómo será el país del futuro cuando estas criaturas sean hombres y mujeres?
Las mejores hijas se crían en jaulas de oro para venderlas a turistas hambrientos de mujeres exóticas. Las hijas son monedas de cambio para tener lo que cada vez parece imposible con el trabajo honrado.
Los árboles que alguna vez me dieron sombra fueron talados. Las aves que allí anidaron no le quedó otra opción que emigrar, como mismo emigran los muchachos que ven los días pasar y se les va el tiempo sin un buen árbol al que arrimarse.
El cine de mi niñez es casa de murciélagos. Pensar que en su pantalla vi las mejores películas de mi vida, pensar que en su sala di el primer beso a una muchacha, pensar que los domingos allí era el sitio perfecto para ser feliz.
El chanchullo entró en los hogares. La familia misma es un chanchullo que no tiene por donde respirar. El mal gusto florece en cualquier esquina. La mentira es una prostituta de cuerpo adorable. La mayoría la quiere, la mima, la venera. La justicia es un ave en extinción, sólo existe para el poderoso.
Me cuesta adaptarme a un mundo que no es el mío, uno muy extraño, uno de infinitas dobleces, de mediocridades ennoblecidas, de reyezuelos falsos, un mundo donde lo sagrado no importa a nadie, ni la misma muerte escapa a la consideración que merece.
Aquel país que amé ya no existe. Me siento como pez fuera del agua.