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Por Anette Espinosa
La Habana.- Las redes sociales se llenan de quejas por el precio de los libros en la Feria Internacional que se celebra en Cuba, que, como cada año, tiene su pistoletazo de salida en La Cabaña, donde las entradas cuestan 15 pesos. Este año, la una vez popular verbena, está dedicada a Colombia, motivo por el cual la vicepresidenta del referido país, Francia Márquez, visitó La Habana, aunque no esa la comidilla en las redes, ni lo fue en la referida fortaleza.
Los asistentes se quejan del precio desorbitado de los libros en venta, algunos de los cuales no se los puede comprar un médico con el salario de un mes, y eso que no se trata de ediciones de lujo, como los siete tomos de Harry Potter, en edición barata, que ascienden a cuatro mil 500 pesos cada uno.
Tampoco hay libros del más ilustre de los escritores colombianos, Gabriel García Márquez, a pesar de que la feria está dedicada a su país. Eso sí: hay muchos libros relacionados con la revolución, viejos tratados comunistas, y biografías de personajes afines al régimen, entre ellos el espía Gerardo Hernández, el presidente de los tristemente célebres Comités de Defensa de la Revolución.
Sin embargo, no voy a referirme a los precios de los libros, ni a la variedad en lo que ofrece el Instituto Cubano del Libro a un lector sediento, que casi nunca puede encontrar lo que busca, muchas veces sin saber cómo anda la industria editorial en el mundo.
Las personas con las cuales dialogué se quejan, sobre todo, de que haya feria del libro y no haya cuadernos, manuales o textos para los niños de las escuelas. Hay aulas completas en diferentes lugares del país donde no hay un texto sobre la asignatura, y los profesores muchas veces leen por una foto en el celular, o por un texto digital.
Incluso, hay orientaciones -u órdenes- del Ministerio de Educación de no permitir que los niños puedan imprimir os libros, para que, aquellos que tienen posibilidades, no humillen al resto. Sin darse cuenta de que eso puede ser aún peor. Y así, en estas condiciones, no permiten que florezcan pequeños negocios privados de edición.
Claro, en las escuelas no solo faltan libros de texto, sino cuadernos de trabajo y libretas. Y por la calle una familia normal no las puede comprar. Y en esa situación, el país se hala para atrás y hace una feria internacional para vender libros a precios exorbitantes. Pero nada de eso asombra, si con el hambre que pasa el cubano común, la primera dama celebra cada año un festival de cocina. Y hasta alardea en redes sociales.
A fin de cuentas, lo de las escuelas es más de lo mismo, porque hay lugares en Cuba donde ya le piden a los padres que compren pupitres a particulares para sus hijos de nuevo ingreso. O les dicen los propios maestros y directores que hay que ir con uniforme, que ‘fulano’ vende, porque su familia les manda de Estados Unidos, donde hay mercados que se dedican a exportar a Cuba ese tipo de vestuario.
Lo de la Feria Internacional del Libro, entonces, es un gazapo más del Gobierno. Los precios son normales para un país donde un cartón de 30 huevos ronda ya los dos mil pesos, casi lo que recibe un jubilado al mes, o la mitad de lo que gana un abogado o la tercera parte de un médico. Así va la vida en una isla donde lo más mínimo para sobrevivir es difícil encontrarlo y sus gobernantes se llenan la boca al decir que son la envidia del mundo.
Eso, en el mejor de los casos. En el peor, culpan al bloqueo de todos sus males. Un bloqueo que no impide construir hoteles o mantener a la familia Castro y sus más cercanos colaboradores con un nivel de vida de primer mundo, mientras el pueblo sobrevive a duras penas, a veces hasta en casas con pisos de tierra. Entonces que haya feria del libro y no hayan textos para las escuelas es apenas una más de las incongruencias del castrocomunismo.