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Por Reynaldo Medina Hernández ()

Fumar es un placer/ genial, sensual… Villadomat y Garzo (tango, 1922)

La Habana.- No, no voy a hacer la historia del tabaco. Me sorprende ver a tantos cubanos escandalizados por lo que pasó en el Capitolio, a menos que sea por eso último, porque pasó en el Capitolio, porque lo demás…

El hecho de que extranjeros millonarios y la élite de la sociedad cubana disfruten a sus anchas de elevados placeres que nos son prohibitivos a los «cubanos de a pie» es algo cotidiano aquí hace ya mucho tiempo.

Comenzó discretamente en lugares apartados como Cayo Largo del Sur, y poco a poco lo fueron haciendo cada vez más en nuestras caras, hasta que nos lo plantaron en el mismo corazón de El Vedado.

Tiempo tuvimos para verlo venir.

La fumadera en km 0 no es nueva

Lo de la fumadera en el Kilómetro 0 tampoco es nuevo, de hecho, fue la XXV edición, desde 1999, del Festival Internacional del Habano.

Vaya que de entonces a la fecha, bastante humo se ha echado ya. Ni es una novedad ver a un presidente cubano degustando un buen tabacón.

Este no es el único evento elitista que hemos sufrido, también fuimos testigos pasivos de dos Diner en Blanc, de ya no sé cuántos eventos gastronómicos con chefs internacionales elaborando exóticos platos y bartenders preparando alucinantes cocteles.

Y hasta de un desfile de modas de primer mundo, a la manera de París y Nueva York.

Además, seamos realistas, este tipo de sucesos ocurren en casi todos los países, y los protagonistas siempre son los mismos, nadie de eso que se conoce como «el pueblo», puede acceder.

Entonces, ¿por qué tanta indignación?

Será porque este tipo de cosas están entre aquellas que nos enseñaron a rechazar desde niños, en las escuelas (en las voces enardecidas de maestros y profesores); en actos públicos.

También a través de programas dramatizados, informativos, instructivos y musicales transmitidos por radio y TV; en carteles y hasta en carros altoparlantes, a todas horas, todos los días de nuestras vidas.

De acuerdo con esa doctrina, ellos: los millonarios, «los ricos», eran personas aborrecibles, egoístas, desalmadas, los culpables de todos los males de este mundo.

Y nuestra «tarea histórica» era borrarlos de la faz de la tierra para poder construir un futuro luminoso. Es normal entonces que ese rechazo esté enraizado en el ADN de varias generaciones de cubanos.

Ahora las máximas autoridades del país los reciben entre abrazos y sonrisas, con las mismas consideraciones con que antaño se recibía a los «camaradas».

Y no importaba que fuera un cosmonauta soviético, un combatiente vietnamita, un guerrillero anticolonialista africano, o un defensor de los derechos civiles estadounidense. ¡Claro que eso tiene que jodernos!

El lugar de la polémica

Su dinero hoy es necesario, dicen. Antes, decían, estaba manchado de la sangre, el sudor y las lágrimas de los humildes.

¿Toda aquella muela no sería una estrategia para que no los envidiáramos, para que no quisiéramos ser como ellos?

Regresando al Capitolio, por supuesto que existen muchos otros lugares menos polémicos (y discretos) para hacer este tipo de fetecunes millonarios, sin necesidad de que el derroche de opulencia humille a tanta pobreza y precariedad circundante… pero eso es otro tema.

Lo relacionado con la Estatua de la República, la Tumba del Mambí Desconocido y la dignidad, que tanto alarmaron al trovador Silvio Rodríguez, también es otro tema.

Entonces, si Ud. es de quienes gustan de echarse un buen «Armandito Lugo», como decía Ñico Rutina en San Nicolás del Peladero, cómprese uno en algún portal, aunque jamás tendrán la calidad de los mencionados aquí.

Póngase cómodo, y si después de catorce o quince fósforos logra encenderlo, ¡enhorabuena!, fume… y espere…

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