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Por Anette Espinosa ()
La Habana.- Como cada 28 de octubre, el ridículo vuelve a tomar las calles, escuelas y caminos de Cuba, y miles de niños con sus profesores al frente, militares, y todo aquel que profese aún un poco de fe en el castrismo, irá a algún lugar donde haya agua a dejar unas flores al comandante Camilo Cienfuegos, en la más grande prueba del poder de la propaganda que pueda existir.
Incluso, irá hasta el malecón -como ha hecho en otras ocasiones- el impuesto presidente Miguel Díaz-Canel, para quien el ridículo es una más de sus actividades habituales. Habrá hasta movilizaciones, agentes de la patrulla velando las calles, destinarán recursos, que tal vez sean más útiles en otra parte, para mantener viva la farsa sobre la desaparición del Héroe de Yaguajay.
El nombre de Camilo ha servido para muchas cosas, hasta para darle un cambio brusco a la historia, porque hasta aquella frase que dijo en Alegría de Pío de que «¡Aquí no se rinde nadie, cojones!», que el Che Guevara recogió en sus escritos, se la endosaron después a Juan Almeida, como si Camilo no hubiera tenido el valor de decirlo. Pero había que darle méritos a uno y quitárselos al otro, que ya estaba muerto y no podía demostrar nada. Y también estaba muerto el primero que dijo que era del carismático guerrillero.
El ridículo ha llegado hasta a echar flores en una palangana con agua, para no dejar morir la costumbre, porque el castrismo siempre creyó que si defendía lo de las flores, se apagaría alguna vez el rumor sobre su muerte accidental o su desaparición en el mar.
No seré yo ahora la que intente, desde este espacio, esclarecer lo que la inmensa mayoría de la gente sabe, lo de que a Camilo lo asesinaron por orden expresa de los hermanos Castro. Incluso, asesinaron a todos aquellos que tuvieron que ver con el asesinato, para limpiar el camino ante una posible traición a los verdaderos traidores.
Es muy posible, incluso, que nunca aparezca documento alguno que los implique, como tampoco aparecerá el supuesto avión que se perdió en el mar con el carismático comandante, quien, para el momento de su muerte, había sido apartado ya de todos sus cargos militares, salvo el de jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde, una institución que desapareció con la creación de las Fuerzas Armadas, al frente de la cual pusieron al entonces acomplejado Raúl Castro.
Cuando la supuesta desaparición, a Camilo lo buscaron por todas partes, hasta en tierra, como si pudiera haber caído un avión en algún lugar del territorio nacional sin que nadie lo hubiera visto o sentido. Y 65 años después, nadie se encontró jamás un resto, ni de un neumático. Y lo mismo pasa en el mar, donde, a pesar de los adelantos tecnológicos, que han permitido encontrar barcos hundidos, desde la época de la colonia incluso, jamás ha habido noticias del Cessna de Camilo.
Los satélites que rastrean los fondos marinos en busca de pecios, dieron con los brulotes que hundió Suráfrica, cuando el bloqueo por el apartheid, frente a las costas de Senegal, para burlar el embargo petrolero. Y hasta apareció el pequeño avión en el cual cayó al mar y murió Antoine de Saint-Exúpery. El autor de El Principito, fue encontrado muchas décadas después. Y de Camilo nada.
Jamás aparecerá el avión de Camilo. Y la sabiduría popular lo sabe. El comandante rebelde se esfumó casi como Matías Pérez, pero, como era muy querido por el pueblo, que necesitaba héroes, en momentos en los cuales ya él comenzaba a estorbar, porque se cuestionaba cosas, lo convirtieron en el héroe que hacía falta al castrismo incipiente de 1959.
Camilo lo tenía todo: un carisma increíble, arraigo en la gente, sociable, jaranero, valiente, caía bien, y usaba una barba y un sombrero que llamaban la atención a kilómetros, además de ser el más fotogénico de toda aquella partida de combatientes.
Incluso, encantaba con la palabra, aunque no era tan refinado su discurso como el de otros de los que bajaron de la Sierra Maestra.
Al final, asesinar a Camilo y desaparecerlo todo, sin dejar el más mínimo rastro, fue una jugada perfecta: se quitaron del camino al más carismático de todos los que podían virarse contra Fidel Castro, se hicieron de un héroe, para campañas y marchas, y para darle un poco de validez se inventaron lo de ir a mares y ríos a echarle flores.
Desde entonces, cada 28 de octubre se repite la misma historia: niños, camilitos, militares, dirigentes del partido y gente común, a la cual le permiten dejar el trabajo para ir a un lugar donde haya agua a tirarle flores a Camilo, víctima, insisto, del desmedido afán de poder de los hermanos Castro, quienes no creyeron en nadie desde el mismo inicio de la revolución y se quitaron del camino, de cualquier manera, a todo el que pudiera hacerle sombra. Y nadie hacía más sombra que Camilo Cienfuegos. Tanto es así, que al no poder enjuiciarlo como hicieron con otros, prefirieron desaparecerlo y hacer creer al pueblo que se había perdido en el mar.
Y tan bien lo planificaron que aún mucha gente sigue creyéndose la historia.