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Por Elier Vicet ()
Santiago de Cuba.- Al triunfo de la revolución, en 1959, Fidel Castro se ufanó de convertir los cuarteles en escuelas. Así hizo con el Cuartel Moncada, la segunda fortaleza más importante del país. Y también con Columbia, en La Habana, la mayor de todas y cuartel general del gobierno de Fulgencio Batista, al que acababa de derrocar.
Luego, con el paso de los años, y en marcha aquel proyecto de vincular el estudio con el trabajo, construyeron muchas escuelas en el campo. Decenas en la Isla de la Juventud, en los municipios cercanos a la capital, en Jaguey Grande, Motembo, Ceballos y en Bungo, acá en Santiago de Cuba.
Aquel proyecto duró un par de décadas. Tres a lo sumo, porque cuando arreció la crisis económica, allá por los años noventa, no había con qué sostener esos centros docentes, muchos de los cuales fueron destruidos tras el abandono gubernamental. Otros se convirtieron en comunidades de emigrados de otras regiones de Cuba, y una buena parte pasó a ser prisiones.
El mismo gobierno que alardeó de convertir cuarteles en escuelas, hizo peor: convirtió estas en reclusorios, en sitios donde los condenados por cualquier actividad iban a purgar largas condenas, como sucede en Bungo 11, en Contramaestre, donde acaba de morir un reo ante la falta de atención médica.
Los que privan a un hombre de su libertad, por cualquier causa, tienen la obligación de garantizarle atención médica y alimentación, porque ser sancionado no implica que estés condenado a morir de hambre o por falta de atención sanitaria, sin embargo eso ocurre constantemente en Cuba y ahora le tocó un caso a Bungo 11, donde murió Raúl Esteris, de 24 años de edad.
La versión de los carceleros es de que «murió de un infarto», pero la familia no se lo cree, porque «de mentirosos vinieron y dijeron que había fallecido en el Policlínico de Contramaestre y es mentira, murió en el campamento. Y sus compañeros de prisión nos dicen que tenía golpes y una pierna hinchada».
Los familiares expresan su tristeza y preocupación por la muerte y sospechan que murió por otra cosa, tras la «golpiza» que le propinaron, aunque las autoridades policiales dijeron «Infarto». Y si ellos dicen que fue un infarto, no hay forma de probar lo contrario, porque en Cuba, como sabemos, los que mandan lo controlan todo, y son capaces hasta de falsificar una necropsia.
Hasta hace unas horas, los vecinos de la zona de Altamira, donde vivía el joven fallecido, se reunieron para esperar que llegara el féretro, según información del influencer Yosmani Mayeta Labrada, la voz más confiable de Santiago de Cuba, y a quien se dirigen todos los santiagueros, lo mismo para quejarse que para poner en entredicho al gobierno.
En una parte de su publicación en redes sociales, Mayeta Labrada insistió en que «seguiremos investigando sobre esta lamentable muerte, de otro joven recluso que muere en cárceles de Santiago de Cuba y bajo sospecha de agresión y negligencia policial».
Todo eso en el país que convirtió los cuarteles en escuelas, y luego las escuelas en prisiones, donde hay cientos de presos políticos, muchos de ellos en precario estado de salud, como los hermanos Martín Perdomo de la provincia de Mayabeque.