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El Acuario Nacional de Cuba, ubicado en la costa oeste de La Habana, alguna vez fue un orgullo científico y recreativo del país. Fue un lugar que acercaba a miles de visitantes a la riqueza de la vida marina del Caribe. Hoy, lamentablemente, este emblemático centro atraviesa un evidente y alarmante estado de deterioro.
Basta con cruzar sus puertas para notar los estragos del abandono: estructuras oxidadas, estanques con filtraciones, cristales opacos que dificultan la visión. Lo más preocupante son los animales que viven en condiciones inadecuadas.
Algunos tanques presentan aguas turbias y otros han sido completamente vaciados. Mientras tanto, las pocas especies que alguna vez impresionaban por su vitalidad hoy muestran señales de estrés y desnutrición.
Lo que alguna vez fue una instalación educativa y turística de referencia, donde niños y adultos aprendían sobre la biodiversidad marina, hoy languidece entre la falta de mantenimiento y la escasez de recursos. Además, la indiferencia institucional agrava la situación.
Antiguos trabajadores relatan con tristeza cómo se ha perdido el rigor científico, el personal capacitado y el espíritu de conservación que caracterizaban al Acuario.
Este declive no solo afecta a los animales y a quienes trabajan allí. También impacta directamente en la formación ambiental de generaciones futuras y en la imagen cultural de la nación.
El Acuario Nacional no es solo un sitio de esparcimiento. Es un espacio clave para la educación ambiental, la ciencia y la conciencia ecológica en Cuba.
Ni el Acuario de la capital cubana ha escapado del abandono y la desidia de un régimen al que para nada le importa preservar estos lugares. Un día fueron de esparcimiento y enriquecimiento de varias generaciones de cubanos que lo visitaron. (Tomado de La Tijera)