Por Miguel Terry Valdespino ()
Para Julio Cortázar, por el plagio.
La Habana.- Ni una nube en el cielo. El sol dominical de la una menos cuarto castiga implacablemente la grama del estadio Augusto César Sandino, en Santa Clara. El público se anima, especula, apuesta por una u otra novena (sin plata mediante, aclararía socarronamente el cuentista Enrique del Risco) 1, sobre todo por la más dulce de las dos novenas.
Muy pronto en las gradas no cabrá ni un alpiste. Dos monstruos de la pelota cubana, Industriales y Azucareros, dos pitbulls cuando se hallan frente a frente, dos trenes en dirección contraria sobre una misma vía férrea, se baten esta tarde por partida doble.
Siempre se juega fuerte en esa pelota. Cada jugador, coach, director…debe estar muy despierto, porque todos los rivales siempre se desempeñan al tope de sus posibilidades; aprovechan el más mínimo error o desliz de su contrario para tomar la delantera y ya no la sueltan en el resto del partido.

Es un béisbol de pocas carreras…pero de mucho corazón. Abundan los jugadores de talento silvestre, natural, más que los de formación en academias o laboratorios. Tienen una ley y la cumplen al pie de la letra: cuando el árbitro principal grita ¡play ball!, borran de un tajo todo lo que no se halle vinculado al juego.
Para este desafío, la dirección de Industriales enviará a ¨la colina de los infartos¨ al mejor zurdo entre todos los lanzadores zurdos y entre casi todos los derechos, Santiago Changa Mederos Iglesias, un tipo que liquida fácil a los villareños. Un zurdo que sabe maniatarlos, colgarles cero tras cero hasta lograr el out 27. Changa dispara curvas profundas que, en muchas ocasiones, no serán bateables ni bajo aviso. Habrá jugadores que jamás la descifren a lo largo de sus carreras como atletas.
El manager de Azucareros, Servio Tulio Borges, enviará a la lomita a José Antonio Huelga Ordaz, un derecho jabao del Central Tuinicú, en Sancti Spírutus, que dispara rectas capaces de hacer cimbrar los maderos de la novena contraria. Sí. Esa es la palabra, literal, no metafórica: cimbrar. Quema la recta del jabao. ¿97 millas? No ha llegado aún la hora del velocímetro para Cuba. Pero tal vez las 97 sean una cifra real, si tomamos en cuenta los que, años más tarde, dirán sus ya viejos compañeros de equipo, facultados para comparar, a ojo y mente de buen cubero, actuales y antiguas velocidades en el montículo.
Cada uno de los dos, Changa y Huelga, se prepara a su modo para encarar las exigencias del béisbol: Changa no bebe (solo un vaso de leche en las comidas, recuerda Xiomara, su esposa, una frutal morena del cuarteto Las D’ Aida), no fuma, no grita, no tolera una sola arruga o una mancha de tierra en el uniforme marcado por el número 32, cepilla sus spikes como si se tratara de un par de lujos Amadeus. Siempre sube a la lomita bañado, perfumado y entalcado.

Al vestirse y maquillarse no parece que lo hace para un partido de pelota, sino para una ceremonia de alcurnia. Nadie lo supera en elegancia. ¨ Cada dogaut -ha confesado Changa en alguna oportunidad- debería tener un espejo grande, muy iluminado, como los de un cabaret, para que pueda uno acicalarse como si fuera Frank Sinatra o Benny Moré¨. Es imposible que no llamen El Caballero. La célebre foto de Jesús Rocamora, en la que se muestra el porte de Changa de la cintura hacia abajo, deja muy clara constancia de ello.
Viendo la figura del detective Adrian Monk, higiénica, popular y brillante criatura de un serial televisivo, o al profiláctico personaje de Jack Nicholson en Mejor imposible, resulta inevitable comparar a cualquiera de los dos con el insuperable zurdo capitalino….aunque sin exagerar.
No fue este cubano (quizás por cubano) ni enervante ni desesperante como esos dos antológicos personajes de la ficción. Aunque para otros, Changa es la viva estampa del zurdo big leaguer Sandy Koufax, un virtuoso de los Dodgers en los años sesenta, del cual el zurdo cubano acabó por tomarle hasta su número 32.
El jabao espirituano es la cara opuesta de trigueño habanero: vive a todo tren, quizás porque conoce de modo inconsciente la antigua máxima de los paganos: ¨los que van a morir jóvenes son los elegidos de los dioses¨. Y si vas a ser un ¨elegido¨, entonces vive de prisa: ama apasionadamente; como buen espirituano dile a Fragancia que tú la quieres (y díselo también a Margarita, Lisandra, Rebeca, Gertrudis, Odalys, María…), disfruta como un demente de ¨la mejor diversión, el tabaco mejor, el mejor de los vinos¨, tal como sugería el argentino Alberto Cortez, escribe tus hazañas en el menor tiempo posible porque el paso por la Tierra será demasiado corto y para los ¨elegidos¨ la palabra mañana es tan solo un adverbio de tiempo.

Cuando miro en la pantalla casera a Toni Shalhoub, el intérprete de Adrian Monk, recuerdo la pulcritud de Changa. Pero Huelga, ubicado definitivamente en las antípodas de este lanzador siniestro, podría recordar a John Barrymorre, el descomunal actor norteamericano que se metía en la piel y el alma de Hamlet, una y otra vez, de manera siempre convincente: ¨Yo he interpretado a Hamlet de todas las formas posibles: sobrio, medio sobrio, medio borracho, borracho completo¨, aseguraba Barrymore.
Y la actuación le quedaba bien. Encojonadamente bien. Tan bien como a casi nadie. En medio de una memorable función, hasta llegó a hacer un alto y salir de la escena a vomitar…y todo el mundo, crítica especializada incluida, creyó que era parte de algún ¨distanciamiento brechtiano¨ o de algo por el estilo. ¡Oh, qué grande Barrymore! ¡Oh, qué grande Huelga!
Dentro de cuarenta y cinco minutos saldrán los dos a calentar el brazo. En la cueva del equipo visitador, Changa se ha tendido…pero a meditar. Se cubre los ojos con el antebrazo, piensa, traza estrategias silenciosas…Para garantizar el triunfo tiene su endemoniada curva, pero también una recta que no es segunda de la de nadie. Algo así estuvo asegurando Luis Zayas. Siempre que Luis, antigua estrella del béisbol profesional y después entrenador del equipo Industriales, lo ve tendido bocarriba en el banco, no puede contener una frase: ¨Este juego no hay quien se lo gane¨.
Changa Mederos tiene los ojos cerrados. Nadie cometerá la estupidez de molestarlo. Sus coequiperos lo respetan y admiran a pesar de su pequeña estatura. Changa mantendrá su cuerpo y sus ojos de esa manera por espacio de quince o veinte minutos a lo sumo, porque cuando ¨el telón¨ se abra, ya él estará completamente listo para salir a escena con un garbo radiante.
Ha tenido una madrugada de perros. Un repentino dolor de muelas lo sacó de la cama por más de tres horas. Dormir un rato no le vendría mal, cerrar los ojos y dejarse llevar por un sueño largo y profundo. Pero hay mucho que trabajar este domingo, sobre todo con Huelga enfrente. A la mierda el sueño. Un poco de insomnio y una muela fastidiosa jamás hacen mella en un pitcher grande.
En cambio Huelga, hace más de una hora (¡oh, pero Dios mío, qué es esto!) ha entrado tambaleándose al dogaut del equipo home club y, antes de caer rendido en el banco, con el número 1 bajándole y subiéndole en el pecho, le ha pedido a Lázaro Pérez, su receptor favorito: ¨Cuando salga Changa a calentar, me avisas¨.
En cinco minutos lo escuchan todos roncar. Pero en el banco de los villareños no hay nerviosismo. Conocen demasiado bien a Huelga. Apenas reciba el aviso de su cátcher, se pondrá de pie, estará aturdido durante algunos minutos, meterá la cabeza bajo un chorro de agua fría y por fin el suelo se le hará firme, tomará su guante, una bola y saldrá a desafiar el sol implacable del Augusto César Sandino y al más violento rival de la pelota cubana. Cuando el sol y el aire le den un poco en el rostro, cuando el público lo anime con locura, será sencillamente Dios sobre el montículo. Bajo cualquier circunstancia, Huelga llevará consigo las virtudes que decía el cronista deportivo Elio Menéndez: ¨un cañón por brazo y un corazón que, de grande, le hacía bulto en el pecho¨.
Que le pregunten sino a los miembros del equipo norteamericano del Mundial de 1970: en tiempo de play off los acuchilló dos veces en menos de veinticuatro horas: 3 x1 en once entradas el 2 de diciembre, ante un virtuoso del box que parecía invencible en ese campeonato y se daba el lujo de hacer malabares con la esférica y tocar una rumba de escalofríos: Burt Hooton.
El jabao rendiría una faena que iba a servir de preludio a lo que haría en la fecha siguiente, cuando en función de relevista desde el quinto inning retiró, de forma consecutiva, a 14 de los 16 norteamericanos que comparecieron en el home plate, excelente faena que le daría a Cuba el partido (5×3) y de paso el Campeonato Mundial de Béisbol aficionado.
Un año más tarde, durante los Juegos Panamericanos de Cali, Huelga se encargaría de pintar de blanco a un seleccionado Todos Estrellas, integrado por los mejores jugadores del certamen, a los cuales blanqueó y recetó la bárbara cifra de 15 ponches.
Contra los norteños había lanzado, en 1970, casi 15 entradas en apenas un par de días y por ello se ganó el apelativo, dado por Fidel, de Héroe de Cartagena. Un chiste fueron aquellas 14 entradas (y un poquito) si se comparan con las 20 completas que lanzaría en una sola noche frente al equipo Occidentales durante la X Serie de las Estrellas, cifra que ayer, hoy, mañana y siempre le pondría los pelos de punta al mejor lanzador de la mejor categoría del béisbol planetario, aunque no constituya récord absoluto esta hazaña del espirituano, pues, además de no haberla realizado en un partido oficial, juran los cronistas Héctor El Tigre Miranda y Reinier González y el estadístico Arnelio Álvarez que, desde la lomita criolla, en partidos oficiales, estuvieron lanzado ¨serpentinas¨, por espacio de también de 20, el desconocido matancero Roberto Domínguez y los conocidos Mario Véliz y Félix Núñez, de los equipos Villa Clara y Las Tunas, respectivamente.
Changa y Huelga, como los grandes saltadores, siempre intentaron elevar lo más posible la altura del listón a saltar: los 20 innings de Huelga parecen insuperables en una época donde ya los lanzadores casi nunca sobrepasan los 100 envíos por juego; la curva de Changa también será insuperable, sobre todo si pensamos que tirar curvas casi se ha convertido en un pecado capital no aconsejable…y, aunque se continuarán tirando a mansalva, también sería insuperable la del zurdo más estelar de los Industriales.
Huelga dejó en su actuación de siete temporadas en Series Nacionales un Promedio de Carreras Limpias de 1.50, el mejor de todos hasta hoy, récord que tampoco será superado, porque sería un acontecimiento de otro galaxia lanzar, como promedio, para menos de dos anotaciones por partido a lo largo de toda una carrera en el box.
Changa ponchó en una noche de 1969, por puro gusto, a 20 camagüeyanos en un campeonato insular y acumuló a lo largo de ese año un total de 208 (récord que, curiosamente, duró 32 años) y después a 21 mexicanos, en un partido de los Centroamericanos de Panamá’ 70. Y fue el primero en Cuba en arribar a la cifra de 1 000.
Huelga no creyó en submarinos ni samuráis japoneses y decidió sepultarlos (2×0, con un solitario hit) en el mismo centro de Managua, en el Mundial de 1972, donde los nipones debutaron chapeando bajito, en la Serie Nacional de ese mismo año no creyó en un dolor en la pierna que lo mantuvo alejado del entrenamiento durante varios días, pidió la bola a Servio, se trepó a la colina en el último juego del play off contra Mineros y liquidó a los orientales (2×0) con solo 97 lanzamientos. Changa…
Para qué seguir. Son las glorias de nunca acabar. El listón de salto puesto siempre cada vez más arriba por dos de los mejores ejemplares del béisbol criollo, por dos hombres que brillaron en lo que el novelista Leonardo Padura ha llamado ¨la pelota romántica¨, dos ejemplares siempre presentes en cualquier lista encargada de señalar a los 100 mejores peloteros cubanos de todos los tiempos. A Huelga le bastarían veintiséis años para escribir la novela de su vida, Changa necesitaría treinta y cuatro. Casi nada. Los que mueren jóvenes…
-De ti no habrá quien se olvide –seguramente le dijeron muchas veces a Huelga.
-De ti no habrá quien se olvide-seguramente le dijeron muchas veces a Changa.
¨Y, sin embargo, chico, de Changa se habla poco¨, confesó en un documental televisivo el exreceptor Lázaro Martínez. ¿Y de El Jabao? ¿Cuánto se habla…o no se habla? Quedan fugaces instantes televisivos, salvados milagrosamente, un puñado de fotos, un par de canciones de homenaje, las guías de béisbol (plagadas de olvidos involuntarios, desmemorias voluntarias e imprecisiones imperdonables) y anécdotas de veteranos que compartieron con ellos dolor y glorias, pero que no vivirán eternamente para seguirlas contando.
Quedaron como recuerdos más sonoros de ambos un torneo internacional mediocre (ya extinto), un estadio espirituano y habanero de segunda, que, echando mano a los nombres del espirituano y el capitalino, intentaron rendirles homenaje perdurable. Un síntoma que puede ser terrible, al menos en la literatura, pues según afirma el escritor peruano Julio Ortega, cuando el nombre de un escritor bautiza un concurso o una fundación (o el de un pelotero bautiza un torneo o un estadio, supongo) su segunda y definitiva muerte es inevitable.
Siempre que disfruto las nítidas imágenes en blanco y negro en las que Babe Ruth, El Bambino de Oro, dejó grabadas su historia como monstruo número uno del Yankee Stadium, pienso con nostalgia en las tantas imágenes beisboleras criollas que terminaron siendo pasto del olvido, las tijeras, las llamas, el calor, el paso del tiempo, el abandono, la crisis económica…y sabrá Dios de cuántas otras cosas tristes.
Si pudiéramos ver ahora más que unas fugaces imágenes de Huelga y Changa en la lomita (y fuera de ella, ¿por qué no, sería como volver a ventilar nuestra memoria…o nuestra desmemoria, que gusta echar pesada tierra sobre escritores, artistas, científicos…peloteros que abandonaron este mundo y también sobre algunos que todavía no lo han abandonado.
El sopor del mediodía vuelve lenta la tarde que alumbra y castiga el Sandino. Huelga ya no la siente. Tampoco siente la emoción del estadio ni a los negros sudorosos y energizados del Rincón Caliente de Cruces, quienes, a ritmo de conga, llegaron desde el distante poblado y ahora apachurran los tambores en las gradas cercanas a la tercera base: ¡Eh, malembe!, eh malembe!, Azucareros no se rinde ni se vende, malembe….Tríquiti prácata, tríquiti prácata…Todo se cierra de un tirón. Ya no existe el estadio.
Ahora el Sandino es una carretera extensa y nublada sobre la cual cae la lluvia y los autos avanzan más lentos. Autos que se detienen en firme cuando un policía protegido por una capa de agua, junto a varios patrulleros motorizados, indican a los choferes desviarse a la izquierda, con cuidado, porque a la derecha, metido en la cuneta, yace un auto, un auto de marca indescifrable hecho añicos, con el cuerpo del conductor destrozado.
Pero el muerto se asoma de pronto por la ventanilla y pide auxilio con unos gritos muy largos, y al conductor de uno de los autos detenidos le parece que ha escuchado su propia voz y siente que debe auxiliarse, porque nadie abandona a su propio cuerpo y se va por ahí, como si su cuerpo, el único cuerpo que jamás tendrá, le importara un comino.
El conductor se desespera, baja a la calle, intenta llegar a la cuneta para auxiliar su propio cuerpo, pero el policía se interpone con firmeza. Se empujan, golpean, intercambian insultos, resbalan sobre el pavimento…”Ese soy yo, policía¨, jadea el conductor. ¨Sí, claro que es usted, ciudadano. Pero no se parece a usted. Y si no se parece a usted, pues entonces no es usted¨. Vuelven a empujarse, resbalan. ¨Nadie tiene la culpa de que estos carros rusos siempre se estén accidentando, a veces hasta se incendian¨, grita el policía. Los gritos del chofer muerto se vuelven más escalofriantes. Vienen por fin los patrulleros en ayuda del policía. Intentan gritar, pero solo cantan: ¡Eh, malembe, Azucareros no se rinde ni se vende, malembe¨…
Huelga siente en el hombro una mano y escucha la voz de Lázaro Pérez. ¨Levántate, cabrón, que Changa ya va a salir¨. Huelga suspira, se sienta, respira hondo. ¡Qué pesadilla! ¡Qué manera de soñar mierda y violencia!
Changa ha completado su ceremonia de maquillaje. El zurdo de oro ya está listo. ¡Que ruja entonces el Sandino! Toma aire. El telón va a abrirse. Pero se detiene un segundo en la entrada del dogaut al ver acercarse al trote a Lázaro Martínez, el receptor titular industrialista.
-Huelga ya refrescó la mona. Después que salgas tú, saldrá él. –informa Lázaro mientras golpea con la diestra, sin detenerse, el centro de la mascota-. Así que ya lo sabes: ganarle este jueguito, mi socio, va a ser de padre y señor mío.
El rostro de Changa se ensombrece por un minuto.
– ¿Qué te pasa? ¿Estás preocupado? –pregunta Lázaro Martínez con los ánimos muy arriba-. Tú sabes cómo es la historia: si liquidas bien el primero y el segundo inning, en el resto del juego no habrá peligros.
-Uno siempre está en peligro, Lázaro, ¡siempre!…Y no digas que Huelga refrescó la mona. Cualquiera se queda dormido.
-¿Conque dormido, no? –no puede evitar reírse Lázaro Martínez-. De esa manera tú nunca te has quedado dormido.
Changa sonríe. Si su receptor lo afirma…
-Está bien, compadre, tienes razón…Pero nunca vayas a confiar en uno de esos carros rusos. Los viejos carros americanos son mejores. Te lo digo de verdad. Hazme caso.
-¡Changa!- ríe Lázaro Martínez sin comprender nada.
– ¡Huelga! -.dice Changa enigmático y levanta su barbilla partida en dos en dirección al banco de tercera base.
1. En su relato Posépica, perteneciente al cuaderno Pérdida y recuperación de la inocencia (Colección Pinos Nuevos, 1933), el autor, Enrique del Risco (Enrisco), alude de forma humorística al carácter cada vez más abierto que van ganando las apuestas monetarias en los estadios de béisbol cubanos a favor de uno u otro bando en disputa, sobre todo después de un grupo de cambios y debacles económicos y políticos bien conocidos (y sobre todo sufridos) a partir de finales de los años ochenta.
2. Mona: borrachera.
3. Tanto José Antonio Huelga Ordaz como Santiago Mederos Iglesias fallecieron en lamentables accidentes de tránsito. El primero, el 4 de julio de 1974; el segundo, el 15 de diciembre de 1979. Ambos en carreteras habaneras. Vivieron de modos distintos, lanzaron con brazos distintos, pero murieron de modo muy semejante…y es muy posible que hayan ascendido a la gloria de manera idéntica.