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«Cuba vencerá»: La retórica oficial versus el abandono institucional

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Por Eduardo Díaz Delgado (9

Madrid.- Sí, «Cuba vencerá»… pero primero tendría que dejar de perder.

Mientras el presidente «abraza al pueblo» en su retórica, la población enfrenta brotes epidemiológicos de dengue, chikungunya, zika y oropuche, en medio de apagones, miseria y un éxodo creciente. Una crisis que, según críticos, parece ser ignorada por las oficinas del gobierno.

Y mientras el discurso oficial insiste en «la ética y la unidad», la realidad que denuncian muchos ciudadanos es de censura, privilegios para una minoría y una administración que atribuye al bloqueo externo problemas estructurales, evadiendo su responsabilidad.

¿Vencer? Quien parece verdaderamente vencido no es el pueblo cubano, sino ese discurso oficial que, tras 65 años, según sus detractores, ha perdido toda credibilidad.

Solidaridad de escenario

El presidente Díaz-Canel es presentado en la prensa oficial como un héroe solidario, pero sus apariciones parecen limitarse a cuando las cámaras están encendidas. Se le ve en «trabajos voluntarios» de dudoso impacto y visitando zonas devastadas una vez pasado lo peor del desastre, con una actitud que muchos interpretan como la de quien espera que termine una reunión inútil.

Mientras, las donaciones de la diáspora y la solidaridad internacional son las que realmente alivian a los damnificados. El gobierno, sin embargo, se limita a destacar que «la gente está donando», sin asumir la responsabilidad del Estado. Surge una pregunta inevitable: ¿Dónde están los recursos del conglomerado estatal GAESA, que se supone subordinado a la presidencia, para la reconstrucción?

Tras años de inversión millonaria en una infraestructura hotelera que a menudo permanece semivacía, ni un bloque, ni un saco de cemento de esos proyectos ha sido destinado a las casas destruidas por los recientes eventos climáticos.

La opacidad de la ayuda internacional

La ciudadanía y observadores se preguntan también por el paradero de los millones de dólares en ayuda enviados por otros países y organizaciones internacionales. Esta opacidad alimenta la desconfianza y la percepción de abandono.

Hablar de «ética y revolución» resulta, para muchos, un contrasentido en un contexto de puro teatro y abandono institucional. No hay nada más obsceno, señalan los críticos, que un gobierno que posa para la foto mientras su pueblo sobrevive con lo mínimo.

Sí, «Cuba vencerá»… pero, al parecer, solo en los discursos de quienes viven de repetir consignas.

Mientras se escriben loas a un presidente que posa en actitudes de trabajo, el país se desmorona. Díaz-Canel llega después del desastre, se fotografía, escucha los lamentos y se retira. Y persiste el temor fundado en experiencias pasadas de que la ayuda solidaria pueda ser desviada o vendida.

Mientras tanto, la Cuba real —la de sus calles— lucha contra múltiples virus, el hambre y la falta de medicamentos, agua y electricidad. Y los llamados «revolucionarios» siguen aplaudiendo y hablando de dignidad, como si se pudiera tapar el olor de la miseria con consignas.

Eso, para una parte creciente de la población, no es amor a Cuba. Es complicidad con el abandono.

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