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Por Jorge L. León (Historiador e investigador)
Houston.- Escuchar a ese señor que finge ser presidente, ese pobre y cínico Díaz-Canel, decir con voz hueca “no somos un Estado fallido” es como oír a un pirómano negar el incendio que lo rodea.
¿Cómo explicarle a este hombre mediocre que sí lo es, que Cuba es un Estado no solo fallido, sino muerto en vida?
Un país donde huir es la meta y vivir una condena; donde comer es un suplicio, moverse un insulto y esperar una humillación.
Nada funciona, nada crece, nada se salva.
Vivir en Cuba hoy es un acto de resistencia biológica.
El salario medio equivale a 15 dólares mensuales; la jubilación de un anciano apenas permite comprar un cartón de huevos.
Los alimentos desaparecen de los mercados, el transporte público es una odisea que arrastra horas bajo el sol, y la electricidad, ese pulso mínimo de la vida moderna, se ausenta hasta veinte horas por día.
Las noches se vuelven un manto de mosquitos, calor y oscuridad. Las madres abanicando niños con pedazos de cartón mientras los refrigeradores, inútiles, se pudren junto a los alimentos.

El país de la caña y del azúcar compra azúcar. El país de los médicos no tiene medicinas. Y el país de los discursos no tiene voz ni esperanza.
Los hospitales, otrora orgullo revolucionario, son hoy corredores de penuria: sábanas raídas, moscas sobre los vendajes, enfermos sin antibióticos. Los doctores sobreviven en la penumbra de un salario miserable, mientras las farmacias son templos vacíos donde solo se venden lágrimas.
Y los ancianos, los que un día creyeron, hacen colas eternas para cobrar una pensión que apenas alcanza para media semana. Caminan encorvados, con el alma en los talones, sabiendo que el Estado que prometió redimirlos los ha condenado al hambre.
En los portales se escuchan lamentos disfrazados de resignación:
—Esto no es vida, mijo… esto es sobrevivir.
El país que se cae: sin luz, sin pan, sin futuro… y , ahora en medio de una cruenta epidemia , que se oculta al mundo .
Cuba se desmorona en cámara lenta.
Los apagones son la metáfora perfecta del régimen: oscuridad planificada.
De Pinar del Río a Guantánamo, millones quedan a oscuras, sin poder cocinar, estudiar ni trabajar. La energía, como la verdad, se raciona.
Mientras tanto, el discurso oficial culpa a los “bloqueos”, a los “imperios” y hasta al clima, sin reconocer que el peor bloqueo es el del pensamiento, la corrupción y el desgobierno.
Las calles son charcos de basura; los mercados, esqueletos de estantes vacíos.
En las escuelas se enseña obediencia, no historia. En la televisión se recita mentira, no información.
Todo está diseñado para mantener vivo el simulacro y muerto el espíritu.

Pero si vivir es tormento, morir no garantiza descanso.
En los cementerios cubanos, la muerte ha perdido su solemnidad.
Reportajes y testimonios muestran ataúdes sin tapa, huesos expuestos, mausoleos abiertos por la humedad y la indiferencia.
El cementerio de Colón, en La Habana, el de Camagüey, el de Santiago… todos revelan la misma podredumbre: nichos rotos, gusanos sobre restos humanos, tumbas profanadas por el olvido.
Los sepultureros, mal pagados, sin herramientas ni respeto, tiran cuerpos en fosas comunes o los apilan donde cabe, sin identificación digna.
Las lluvias arrastran tierra y huesos, y los perros vagos husmean entre los restos.
Allí donde el silencio debía ser sagrado, solo reina el abandono.
Cuba se ha vuelto el único país donde los muertos protestarían si pudieran.
Ni el descanso les pertenece. Ni el silencio les queda. Y tampoco la tierra les guarda.
Fidel murió. Raúl se apaga. Los viejos apóstoles del engaño se pudren en la memoria colectiva.
Y queda Díaz-Canel, el heredero sin alma de una mentira ya muerta, aferrado a un poder vacío, repitiendo frases que nadie cree. Hereda un poder falso y una responsabilidad verdadera. Hereda las culpas de un sistema que ya no produce ni pan ni paz.
El país que fue jardín es ahora vertedero. El país que soñó justicia solo reparte miseria. Donde se habló de igualdad, ahora fabrica clases de privilegio y castigo.

Y el país que se jactaba de su moral hoy roba hasta la dignidad de los muertos.
Cuba muere en sus vivos: los que huyen, los que callan, los que mendigan, los que sobreviven sin fe. Y muere otra vez en sus muertos: los que no descansan, los que se disuelven en la desidia, los que ni siquiera tienen tumba limpia.
Nunca un país llevó tan lejos el fracaso. Nunca una revolución se convirtió con tanta precisión en su propio sepulcro. Cuba, isla sin luz, sin pan, sin verdad. Es una isla donde el hambre camina, el miedo manda y el alma se exilia.
Cuba muere dos veces: una cuando respira, y otra cuando la entierran.
Y entre ambas muertes, solo queda la voz de quienes aún se atreven a decirlo.