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Las protestas estudiantiles, un boomerang en el rostro de la dictadura

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Por Sergio Barbán Cardero ()

“La juventud ha de ir a lo que nace, a crear, a levantar, a hacer andar el mundo.” José Martí

Desde las históricas protestas del 11 de julio de 2021, cuando miles de cubanos salieron a las calles en toda la isla para manifestarse contra el régimen, Cuba no había vivido una movilización interna tan numerosa. Sin embargo, existen diferencias significativas.

Aquella vez no hubo una convocatoria formal; el estallido fue espontáneo, impulsado por las redes sociales y culminó en marchas callejeras masivas.

Esta vez, en cambio, la protesta tomó la forma de una huelga académica en varias universidades del país. También fue amplificada por las redes sociales, pero con mayor organización y claridad en sus demandas.

Numerosos videos han documentado cómo la Seguridad del Estado intimida y amenaza a los estudiantes, extendiendo la represión incluso a sus familias. Estos métodos no nos son desconocidos: los hemos visto y sufrido antes.

Sabemos bien cómo calumnian, difaman y etiquetan de “contrarrevolucionario”, “mercenario” o “agente del imperio” a todo aquel que se atreva a desafiar la dictadura.

Los estudiantes y sus demandas

Los estudiantes han sido contundentes: “No nos vinculen con nadie del extranjero, esto es un asunto nuestro”. También han exigido que no involucren a sus familiares en sus reclamos.

Cabe destacar que sus demandas han evolucionado: ya no se limitan al aumento desmedido de las tarifas de ETECSA. Ahora abordan también las carencias diarias del pueblo trabajador, de quienes viven de un salario, de una pensión mínima o del retiro. En otras palabras, las protestas estudiantiles comienzan a dar voz a los sufrimientos cotidianos de todo un país.

Hay un elemento profundamente positivo en todo lo que está ocurriendo. Es que el régimen no puede, al menos sin un alto costo político y moral, calificar de delincuentes y mercenarios a los estudiantes, como sí hizo con los manifestantes del 11-J.

Estos jóvenes no tienen conexiones con el extranjero, son jóvenes puros, limpios, sin antecedentes penales. No tienen manchas por mucho que los quieran enlodar. No han cometido actos violentos ni han dañado propiedad alguna. Solo han alzado su voz desde las aulas y con absoluta dignidad. Son, a los ojos del pueblo, hijos, hermanos y nietos que reclaman lo justo.

La represión… como era de eperar

Si estos estudiantes deciden dar un paso más y tomar pacíficamente las calles, el respaldo popular será masivo e inevitable. La sociedad los ve como portadores de esperanza, no como amenazas. Su legitimidad moral desmonta la narrativa oficial que por décadas ha criminalizado toda forma de disidencia.

Aunque no han hecho referencias explícitas a los presos políticos, muchos de estos estudiantes han sido amenazados con acusaciones falsas. Han recibido cargos fabricados como “desacato”, “mercenarismo” o “contrarrevolución”.

No les será difícil, por tanto, comprender a través de sus experiencias, de sus propias vivencias. Entenderán la inocencia de los más de mil encarcelados tras el 11-J. Fueron sancionados con los mismos cargos que hoy se intenta aplicar, de forma arbitraria, a ellos mismos.

La represión que ahora enfrentan los coloca frente al mismo aparato de injusticia. Este castigó a quienes, hace apenas unos años, también se atrevieron a levantar la voz.

Las protestas estudiantiles son, sin duda, un bumerán que ha regresado con fuerza al rostro de la dictadura. Y esta vez, no se trata solo de jóvenes alzando su voz, sino del eco de un país entero que empieza a despertar.

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