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Por Albert Fonse ()
A los que andan diciendo que las protestas universitarias en Cuba son un plan de la dictadura, hay que desenmascararlos de una vez.
No es ignorancia. Es mala fe. No es análisis. Es sabotaje.
Quienes promueven esa teoría no están del lado del pueblo. Están del lado de la confusión. Detrás de su fachada de opositores radicales y escépticos, solo cumplen una función: desanimar, desacreditar y dividir. No luchan contra la dictadura. Luchan contra los que se le oponen. Les molesta no ser el centro. Les incomoda que otros lideren sin pedirles permiso.
Decir que una huelga académica nacional, espontánea y liderada por jóvenes que se están jugando el futuro, es una estrategia del castrismo, es un insulto a la inteligencia y al coraje.
Creer que la dictadura necesita fabricar su propia humillación es absurdo. Nunca ha permitido cuestionamientos reales en sus espacios ideológicos sin reaccionar con represión. Lo que está ocurriendo en las universidades no es una actuación. Es una grieta. Es un desafío abierto al control totalitario.
Es verdad que el régimen intentará infiltrar, intimidar y manipular. Tratará de convertir el revés en victoria, de imponer su narrativa, de apagar la protesta sin mostrar las quemaduras. Pero incluso si logra aparentar control, es como barrer cenizas calientes creyendo que ya no hay fuego. Las grietas ya están, y no se sellan con discursos.
Los estudiantes rompieron la pasividad. No fueron dirigidos. No siguieron guiones. Dijeron basta. Ese ejemplo incomoda a quienes llevan años viviendo del discurso, pero nunca del riesgo.
El estudiante no es solo estudiante. Es hijo, es hermano, es vecino. Su ejemplo se contagia. Su decisión pesa. La dictadura lo sabe. Por eso tiembla.
Esta protesta no es un montaje. Es rebeldía real. Es chispa. Oportunidad.
Donde veas a uno de esos agentes de opinión, señálalo o aléjate de él. No están ahí para construir, están para destruir la esperanza. El pueblo tiene que sumarse. Que se sumen los boteros, pescadores, los cañeros, y también los cuentapropistas, deportistas, los trabajadores en general, porque todos tienen algo que reclamar. Que se sumen también los activistas, opositores, los familiares de presos políticos. El apoyo no se puede quedar en redes. Que se sienta en la calle.