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Por Javier Bobadilla ()
La Habana.- Un amigo me pregunta si estoy satisfecho con la vida que llevo. Decía Yamamoto Tsunetomo que el camino del guerrero se encuentra en la muerte. No quiere decir esto que no se tema a la muerte, sino que se viva con honor, se siga el camino hasta el final, y se haga con dignidad. La consciencia de la muerte debe ser constante para vivir una vida plena.
Pero esa trova está demasiado heavy. Nadie me le quiere descargar.
Hay que encontrar otra forma de ver esto. La mano de decapitar tiene que saber acariciar. El corazón que va a morir de acero, tiene también que poder morir de amor. Si no, te conviertes en un monstruo. Si sucumbes a las necesidades físicas, te vuelves un animal. Si las eliminas, pierdes tu humanidad.
Salud, dinero y amor, es lo que pronostican los astrólogos. Se busca una certidumbre donde no la hay. La plenitud de una vida se mide por la posibilidad de cumplir las expectativas. El Bebeshito le prometió a la pura que iba a ser enorme. Yo, a la pura, no le pude prometer nada. Yo evito las expectativas, porque me dan ansiedad. Y he llegado tarde a todo en mi vida, porque el tiempo no existe.
Hace años no sé qué cosa es la salud. Es así en Cuba, con Revolución y sin Revolución, y será así en cualquier otro país, hasta que alguien averigüe cómo reparar el sistema nervioso. Soy un viejo prematuro de 45 años tratando de volver en el tiempo a fuerza de gimnasio. Tarde, como siempre, y en contra de todas las apuestas.
A los 30, el neurocirujano me dijo que si no me operaba me iba a quedar inválido, y que si me operaba podía quedarme inválido. Yo me operé, y para no fallar, quedé a la mitad. ¿Hubiera salido mejor en Francia? Quién sabe. En el salón de operaciones todo se reduce a un tipo con mucha paciencia y un pinchito.
¿Unas comodidades me facilitarían la vida? Muchísimo. Lujos para nosotros, necesidades básicas en cualquier parte del mundo. Comida, por ejemplo. Transporte. Una casa en condiciones.
Súmesele a eso la vista cansada de los 40, 30 años de Nintendo y PlayStation, 25 de computadora, y 5 intensísimos años de redes sociales en el teléfono.
Me temo que no, que en la salud no cojo la estrellita de la emulación. Un día, cuando el cuerpo no aguante más, me convertiré en un enjambre de drones, y ese día seré finalmente libre.
Algo ha caído, pero recuerda que estamos en Cuba y el trabajo no da negocio.
¿Allá? Permítaseme perder la modestia por un momento. Allá estuviera forráo. Y para aquel que siempre tiene el comentario hiriente, permiso: Sin trabajar ni media hora en la construcción, sin romper la calle, sin manejar un camión, sin pasar por la puerta de MacDonald’s ni a comer, sin cuidar un viejo que no sea de los míos.
¿Aquí? Cuba no es para prosperar. El que espere quedarse a prosperar, está loco. O te quedas a hackear esto, o te vas. Yo me quedé a hackearlo, pero por eso no pagan. En el 2010 los que estudiaron conmigo trabajaban por la derecha, para tener acceso a la internet que les permitía trabajar por la izquierda. Dejaron los trabajos cuando tuvieron wifi en el parque, e inmediatamente después partieron. Algunos ni siquiera esperaron a los datos móviles.
¿Los de la UJC? Los primeros que se fueron.
¿Me he dado mis gustos? Me ayuda el ser un hombre de gustos sencillos, sobre todo cuando no me queda de otra. En mi futuro no se ve la Harley-Davidson eléctrica, pero con la pared del cuarto cayéndose me compré un TV de 43 pulgadas y un iPhone.
Al televisor se le fundió un LED a los 3 años de uso. El iPhone me lo robaron, y al otro día me regalaron uno igual. El Señor da, El Señor quita.
¿Y la pared? Ya se arreglará, cuando el cemento baje de precio. El tiempo no existe.
Para las mujeres de 21 a 40 años soy una bala perdida. A veces puedo ser la bala antitanque de uranio, pero eso no quita que sea una bala perdida. Para las de 40 en adelante, soy como un hijo o un nieto. Una sana dosis de inmadurez lo mantiene a uno joven a ojos de los demás.
Se puede perdonar al que no se PUEDE ir, pero nunca al que no se QUIERE ir. El que no se quiere ir no tiene futuro. Las mujeres lo saben. Lo más cercano al futuro conmigo es que un día cometa un error y termine en Villa Marista, sin visita, ni jaba, ni pabellón. Además, está ese asunto de la fascinación con la muerte.
Y todo este asunto es mental. Para la Seguridad soy un tipo que nunca fue tan enemigo como para irse a una guerra contra él, pero tampoco fue tan amigo como para ser útil. Vanidad, todo es vanidad, decidieron, y se aburrieron de jugar.
No obstante, te sorprendería saber lo sexy que resulta verme hacer esto que hago. Yo pudiera quitarme, y salir de este problema, pero entonces perdería todo el encanto.
¿Allá? No tengo ni idea de cómo me iría. Pienso que todo sería mucho más normal. O no, quién sabe.
Definitivamente no estoy satisfecho con la vida que llevo. A eso ponle el cuño. Pero a la vez, la vida que llevo, la vivo a plenitud, por esa talla de la muerte y tal que no voy a repetir. Al final, eso es lo que me voy a llevar.