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Por Redacción Nacional
Bayamo.- Otra vez Bayamo vuelve a ser noticia. No por homenajes ni discursos oficiales, sino por la posibilidad cada vez más tangible de un estallido popular. La situación no necesita mucha explicación: apagones de hasta 20 horas, falta total de alimentos, cero medicinas, represión latente y, lo peor de todo, un gobierno que no escucha, no ve, y mucho menos siente el dolor del pueblo.
Desde hace semanas, las redes sociales han empezado a arder con denuncias. En Jabaquito, Rosa la Bayamesa, Manopla y Siboney, ya se han sentido los primeros signos de agitación. La gente golpea cazuelas, grita «Corriente y comida», pero lo que verdaderamente piden es otra cosa: dignidad. No es un problema eléctrico, es una crisis total. Un país que no puede mantener las luces encendidas tampoco puede sostener a su gente en pie.
Lo ocurrido el 21 de mayo fue una señal. De noche, sin electricidad, sin policía visible al principio, decenas de bayameses salieron. No había líderes, ni pancartas, ni programas políticos. Solo desesperación y hambre. Esa mezcla es una bomba. Y Bayamo, por historia y carácter, podría ser la mecha que despierte a una nación dormida por el miedo.
El régimen, como siempre, respondió con silencio y despliegue represivo. Avispas negras en las esquinas, arrestos preventivos, patrullas por doquier. No entienden que la protesta es una forma de gritar: “Ya basta”. No de subvertir el orden público, sino de reclamar humanidad. Pero a falta de respuesta política, lo único que saben hacer es activar el puño. Es lo que hacen los sistemas en decadencia: golpear para no escuchar.
Bayamo, sin quererlo, se convierte en termómetro de una Cuba que ha tocado fondo. Porque lo que hoy ocurre ahí puede desbordarse hacia otras provincias. El hambre no entiende de mapas, ni los apagones respetan fronteras municipales. La indignación viaja de ciudad en ciudad como lo hacía el tren de los años ochenta: cargado, lento, pero imparable.
A todo esto se suma el exilio, ese otro país paralelo que ya rebasa los tres millones. En Miami, en Madrid, en Quito o en Montevideo, los cubanos están mirando. Y aunque no estén en la isla, están con ella. Cada protesta que estalla en Bayamo resuena en el alma de quienes se fueron porque no podían más.
La pregunta no es si habrá un levantamiento. La pregunta es cuándo. Y Bayamo, cuna de fuego, podría volver a quemar su nombre en la historia. No con llamas materiales, sino con el ardor de su gente harta de sobrevivir entre consignas vacías y apagones interminables.
Hay momentos en que los pueblos se levantan, no porque tienen un plan, sino porque ya no tienen nada que perder. Y Cuba, por estos días, parece estar exactamente en ese punto. Si el levantamiento empieza por Bayamo, no será una sorpresa. Será justicia histórica.