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Por Albert Fonse ()
En la lucha por la libertad de Cuba, algunos caminan con medallas invisibles, convencidos de que el tiempo les ha concedido un grado militar en la oposición. Creen que por haber llegado antes, su voz pesa más, que la historia les rinde pleitesía solo por antigüedad.
La experiencia, sin duda, es valiosa. La historia no es más que la acumulación de experiencias ajenas para no repetir errores. Pero una cosa es honrar la historia, y otra muy distinta, creerse su propietario.
Un cristiano no vale más ni menos según la fecha en que recibió a Cristo. No existe un cielo con zona VIP para los más devotos. Al final, todos caminan hacia la misma promesa. Uno puede saberse todos los versículos y otro ninguno, pero lo esencial es la fe, no la veteranía. La lucha por la libertad funciona igual. No hay escalafón moral por tiempo de servicio. Lo que cuenta es el compromiso real.
En el deporte, un novato que entra al campo ya es profesional. Algunos incluso se convierten en novato del año, mientras otros llevan décadas sin dejar huella. No se trata de cuántos años llevas en la lucha, sino de cuánto logras. El mérito no está en mirar atrás, sino en empujar hacia adelante.
El 11 de julio fue la primera vez para la mayoría. Sin manuales, sin líderes, sin entrenamiento. Salieron a la calle por dignidad. Si lo único que les faltaba era experiencia, entonces lo que hicieron fue aún más grande. Ese día no fueron menos. Fueron más. Porque desafiaron al miedo sin instrucciones, sin respaldo, sin garantías.
Esperemos que el próximo 11 de julio se tomen lecciones de aquella jornada, que no se repitan los mismos errores y que, en lugar de sumar cientos de presos políticos, logremos por fin la libertad plena.
La verdadera tarea es sumar. Convencer a esos millones de cubanos que aún no han dado el paso. La madre que cocina con una olla vacía. El joven que sueña con emprender sin tener que escapar. El trabajador que exige un salario digno. El maestro que quiere educar sin adoctrinar. El ciudadano que desea viajar y regresar. Incluso ese militar que comienza a preguntarse por qué protege lo indefendible.
No hace falta que todos quieran lo mismo, ni con la misma intensidad. Basta con que comprendan que el obstáculo común se llama dictadura y que la solución común es su caída.
Esta lucha no necesita celadores que vigilen quién entra o quién habla. Necesita sembradores que inviten, que unan, que sumen. Porque lo que importa no es quién llegó primero, sino cuántos llegamos juntos al final.