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Por Jorge Sotero ()
La Habana.- Cuba camina para atrás. Y no lo hace como esos vehículos que en reversa van mucho más lentos que cuando se mueven hacia adelante. Va rápido, veloz, raudo, como si se moviera por una pendiente demasiado inclinada. Y es fácil explicarlo.
Todos los países del mundo, incluyendo las atrasadas naciones de África, pueden vanagloriarse de haber avanzado en algo en comparación con medio siglo atrás. Kenya puede exhibir edificaciones nuevas, carreteras modernas, escuelas recién levantadas, edificios modernos o sistemas para apoyar a los campesinos en áreas apartadas.
Bolivia es diferente. Evo Morales hizo cosas malas y hasta dicen que abusó de alguna menor, o que se la compró a los padres por tierras u otras propiedades, pero aquel país tiene industrias nuevas, las ciudades cambiaron, las carreteras están llenas de modernos vehículos y la educación se transformó.
El Salvador es otro país. Hubo pandillas, temor, muerte, maras, pero el país fue creciendo y ahora puja por convertirse en una nación floreciente, con edificios modernos, hospitales de lujo y pequeñas empresas que le dan a las personas la ilusión de una vida diferente.
Guatemala es igual. Ciudad Guatemala es preciosa, como San José. O Ciudad de Panamá, aunque en esos países aún haya lugares pobres, y hasta marginalidad, niños trabajando en lugar de ir a la escuela.
En las regiones más crudas de Asia, donde la vida es más difícil, por pobreza o superpoblación, los países tienen siempre algo de que vanagloriarse. Cuando no hay mucho a qué apelar, hay, al menos, carreteras, líneas férreas, modernos trenes. Y hay sueños y la ilusión de que algún día algo va a pasar.
En Cuba no. Cuba no avanza en nada, salvo en la construcción de hoteles. Construye hoteles la dictadura para beneplácito de GAESA, el conglomerado militar que controla economía cubana, sin supervisión alguna, por decreto de Raúl Castro.
Pero sucede que esos hoteles cada vez están más vacíos, que su servicio es pésimo y que en ellos a veces no hay, a la vez, queso, leche, yogurt, helado o mantequilla, por referirme solo a los lácteos.
Los visitantes extranjeros se espantan. El que viene una vez, no lo hace más. Y tampoco vienen los allegados de estos.
Salvo los hoteles de turismo, nada más crece en la isla.
Los hospitales de ahora son los mismos de hace 20, 40 o 100 años. Se caen a pedazos y el gobierno solo mira. Cuando destina unos fondos, no alcanzan y eso facilita el lucro, el robo, la corrupción. No se termina el hospital, pero el director de salud o el jefe de la empresa constructora levantan nuevas casas, para ellos, los hijos o las amantes. Y así pasa en cada lugar donde comienza a repararse algo o a levantarse una obra nueva.
Las escuelas están iguales. Se caen a pedazos. No hay pizarrones ni cuadernos, tampoco pupitres y mucho menos maestros. Hay escuelas en Cuba donde los alumnos tienen una sola clase en el día, porque no hay docentes. Y luego hay que escuchar a los dirigentes ramales decir que la educación en la isla es un logro de la revolución.
En cualquier país del mundo sobran los candidatos a ser maestros. Lo normal es que no haya plazas, pero docentes hay de sobra. Y entonces vale preguntarse por qué en la isla castrista nadie quiere dar clases.
En el mundo sobra la comida, aunque muchas personas pasen hambres. Los supermercados de las grandes ciudades, de los pueblos, y hasta las vendutas en los campos están abarrotadas de alimentos de enero a enero. Puede que tal vez no todos tengan el dinero suficiente para comprar lo que quieren o lo que necesitan, pero comida hay de sobra.
Hay pescado, verduras, legumbres, carnes, lácteos… pero en Cuba no. En Cuba no solo no hay nada qué comprar, sino que tampoco hay dinero para comprarlo y sobreviven a duras penas los que tienen algún pequeño negocio casi al margen de la ley o los que reciben remesas del extranjero.
La inmensa mayoría de los cubanos pasa hambre. Hay personas que solo pueden hacer una comida al día, y algunos ni eso.
Por otra parte, hasta en las regiones más pobres del mundo, sobra transporte. En las empinadas cuestas del Himalaya ruedan pequeños minibuses, camiones o motocicletas, que sirven para transportar a las personas. En las laderas de la cordillera de Los Andes sucede lo mismo. En la parte sahariana de África hay camellos, pero también transporte automotor.
En Cuba no hay transporte. Y cuando digo que «no hay», es así, literalmente. Si te paras en las Ocho Vías, ves pasar un ómnibus cada cinco o seis horas. Y el urbano, solo existe en La Habana, en una situación pésima y una cantidad exigua. Un carretón tirado por un caballo no es transporte. Es más maltrato animal que otra cosa.
Pero tampoco hay ambulancias, ni carros fúnebres, ni trenes, y las líneas férreas se caen a pedazos, como se llenan de huecos las carreteras, y las calles.
No hay agua. El servicio de acueducto no funciona. Hay personas que pasan semanas sin que el referido líquido llegue a sus casas. Y en los pueblos de campo, las fosas y los pozos se dan la mano, uno al lado de otro, en una muestra del abandono en que ha dejado este gobierno al país.
En todos esos indicadores, Cuba está peor cada vez. Como está peor en el respeto a los derechos civiles de las personas, y hasta en el respeto a la Constitución, con la cual la dirigencia se limpia sus genitales al someter a su voluntad a todos los poderes.
No hay justicia en Cuba. Hay legalidad, la implantada por ellos con jueces y fiscales vendidos -o comprados- y una policía cuya única función es proteger a la clase dirigente, cada vez más empoderada. Y encima de eso, más de 80 mil agentes de la seguridad del Estado ejercen un férreo control sobre todo el que se exprese diferente a cómo ellos pretenden que se comporten sus súbditos.
Cuba, les decía, va marcha atrás a una velocidad pasmosa. Y va sin frenos. La caída es cuestión de tiempo. O sacamos a los tiranos o nos quedamos sin país y sin nación. Y es ahora.