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Por Irán Capote ()
Pinar del Río.- Venía con mi media libra de aceite. Y andaba con tanta contentura por la calle, como un perro cuando lo sacan a pasear, que no advertí que la calle estaba oscura como boca de lobo, y yo ostentaba el pomo en la mano, como si se tratara de un objeto común.
De inmediato aparecieron los asaltantes, todo encapuchados ellos, y con sus armas blancas en la mano. Se me encimaron. En la mochila estaba la laptop y en el bolsillo del short estaba el teléfono. Pero nada de eso les importó. Venían a por mi media libra de aceite…
No sé de dónde saqué el valor. No lo sé. Pero, con mi pomo de aceite apretado contra mi pecho, les dije:
«Pa quitármelo, me tienen que matar. Se pueden llevar el móvil, la computadora y hasta los doscientos pesos que me quedan. Se pueden llevar mi virginidad, la tarjeta de la bodega que está en el bolsillo chiquito de la mochila; y hasta el pelo este todo regado para venderlo. Pero no lograrán quitarme el pomo de aceite, aunque perezca en la lucha. Me voy aferrar a él hasta mi último suspiro. Estoy en pie de lucha, en primera línea de combate. Esta media libra es mi trinchera. Trincheras de aceite valen más que trincheras de asaltos. Por este pomo de aceite, habrá que darlo todo. Si fuera necesario… !Hasta la sangre! !Y nunca será suficiente! !Aceite o muerte! !Ya veremos!…»
Y dicen los que me vieron, que no era yo. Que tenía un espíritu montado que me hacía levantar las manos y darme en el pecho, así todo lleno de fervor revolucionario. Que daba gritos como un loco mientras decía aquella retahíla de mierdas.
Los asaltantes, asustados por la resurrección de sabrá Dios qué muerto en mi cuerpo, salieron echando como alma que se lleva el Diablo.