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Por Reynaldo Medina Hernández ()

La Habana.- Confieso, sin avergonzarme, que admiro a Silvio Rodríguez… como artista. Su música es la única faceta de su intelecto que suscribo.

Sin embargo, no comparto el criterio de quienes, debido a su incondicional apoyo al Gobierno cubano, le niegan el derecho a criticarlo.

Cuando las cosas andan mal, todas las voces críticas son importantes, pero por razones obvias, algunas voces suenan más alto, obligan por sí mismas a ser escuchadas, e incluso, generan respuestas desde el oficialismo, como fue el caso.

Eso hay que agradecérselo a Silvio, porque no está obligado a hacerlo, puede, como muchos con su estatus, simplemente, callar.

Comparto la indignación del cantautor por haberse realizado ese fetecún millonario a los pies de la Estatua de la República, encima de la Tumba del Mambí Desconocido, profanando ese recinto donde, aunque se pretende hacer creer que todo lo anterior a 1959 fue ignominioso y olvidable, legisladores «dignos» libraron épicas batallas para arrancarle a gobiernos corruptos leyes que «dignificaron» a los obreros, los campesinos, los intelectuales y las mujeres de Cuba.

Allí, en 1940, se gestó la que, 85 años después, sigue siendo una de las constituciones más avanzadas del mundo, desechada, lamentablemente, tiempo después.

Quizás el error fue cumplir el sueño de Eusebio Leal, de «restituirle al edificio sus funciones primigenias», porque para seguir haciendo lo mismo se hubieran quedado donde estaban.

Así el Capitolio se podría destinar a ese tipo de eventos y, como dice la gente: «¡gozadera!», «¡fiesta y pachanga!», «¡que se bote!», y «¡que baile el gordo!» (o los gordos).

Los conceptos de dignidad

Claro, hay cosas que Silvio no entiende, porque él no vive como nosotros, habita en un mundo paralelo, una burbuja de lujo y comodidades. Todo merecido, eso sí, ganado a base de talento y mucho trabajo, nadie le regaló nada.

Tiene, hasta donde se sabe, además de mucho dinero, estudios de grabación privados, una lujosa casa en La Habana, y una mansión en lo alto de una loma en Jibacoa, una especie de Xanadú tropical.

Por eso no entiende que su concepto de ‘dignidad’ no es el mismo que el de nosotros. De hecho, en Cuba hay, al menos, tres conceptos de dignidad:

1. El del Gobierno: debemos soportar estoicamente (nosotros, no ellos) todas las carencias y necesidades y hacer todos los sacrificios (nosotros, no ellos), para defender la soberanía nacional, no ceder ante el imperio, y no regresar al pasado capitalista.

2. El de Silvio: respetar y honrar nuestra historia, cultura, tradiciones y símbolos nacionales.

3. El del pueblo: vivir dignamente, entiéndase, tener una casa decente y las necesidades básicas cubiertas, o lo que es lo mismo: abrir una llave y que salga agua, pulsar un interruptor y que se encienda la luz, abrir el refrigerador y que en su interior haya alimentos, tener un fogón «civilizado» para cocinarlos, medicamentos para enfrentar enfermedades crónicas o pasajeras, transporte para trasladarnos; en fin, que «vivir» no sea una angustiosa misión imposible.

Silvio, mucha gente en Cuba nunca ha visto una imagen de la Estatua de la República, ni sabe qué representa o dónde está ubicada, tal vez ni siquiera sabe que existe.

Una madre que no tiene un vaso de leche para su niño no tiene tiempo de pensar en eso.

Una persona que sufre 20 horas diarias de apagón ya no se acuerda ni de los mambises más conocidos.

¿Qué dignidad puede haber en cocinar con leña, ¡como lo hacían nuestros aborígenes!, en el último año del primer cuarto del siglo XXI?

A esas personas, Silvio, ya no les importa ni si el Capitolio es convertido en otro hotel de lujo.

Silvio, si disfrutáramos de la Dignidad 3 (Ojalá, nunca mejor dicho, poeta), suscribiríamos con entusiasmo la Dignidad 2, y ni siquiera tendríamos que pensar en la Dignidad 1.

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