Por Jorge Sotero ()
Cumanayagua.- Ando por Cumanayagua y, entre apagones e internet pésimo, me he perdido los últimos acontecimientos en Río Cauto. Solo la llamada de alerta de un amigo que vive en Valencia me devolvió a la realidad y me obligó a insistir para ver algunos vídeos sobre lo ocurrido en el referido municipio granmense.
Cuando vi a las mujeres, en inmensa mayoría, plantando cara a los dirigentes y a los altos oficiales de la policía en la provincia de Granma, movidos a Río Cauto para intentar frenar el estallido que se había producido, me di cuenta de la grandeza de nuestras féminas desde tiempos inmemoriales.
Recordé un pasaje de la historia de Cuba, aquel de un improvisado campamento mambí en el que hacía de enfermera Mariana Grajales, a donde llevaron herido grave a su hijo Antonio. Aquella madre le impuso a las hermanas del general detener el llanto, se puso a curar al hijo y le dijo al más pequeño que se empinara, que era hora de pelear por la libertad de Cuba.
A Río Cauto se movilizaron todos los militarotes de Granma. Unos con sus uniformes llenos de estrellas y caras de perros de pelea, y otros con sus camisas de cuadro de las hordas represivas de la seguridad del Estado. Además, los mismos chivatones de siempre, y la alta dirigencia del partido comunista, encabezada por la primera secretaria en la provincia, Yudelkis Ortiz, la misma que se presta para fotos y sermones sin el más mínimo pudor.
Pero a esas cosas estamos adaptados los cubanos. Ese alarde de fuerza es típico del comunismo al estilo cubano, de esos que dirigen, cada vez con más temor, porque saben que el castillo de naipes que defienden puede volar en cualquier momento.
De todo, me quedo con la actitud de las mujeres. Con su posición valiente, encarando a coroneles y capitanes, a panzones y dirigentes, reclamando la libertad de la madre que había sido apresada unas horas antes por reclamar alimentos.
Las mujeres de Río Cauto no pidieron electricidad, ni comida, ni agua, ni mucho menos medicamentos. Reclamaron la libertad de otra riocautense, de la que se paró valerosamente sobre una improvisada tribuna y dijo que necesita comida para sus hijos. No la pidió tampoco, ni la imploró. Solo dijo que la necesitaba, como dejando claro que quería ganársela con su esfuerzo y su trabajo, y el maldito castrismo no la dejaba.
A eso salieron en Río Cauto a las calles. A pedir la libertad de Mayelín Carrasco, que estaba presa. Y allí, delante de todos, las valientes mujeres del lugar les recordaron a las hordas represivas que tener hambre no es delito. Y los represores amenazantes no tuvieron más remedio que callar. No se sabe qué harán luego, pero al menos allí, callaron.
El reclamo de las mujeres de Río Cauto rindió sus frutos. La dictadura tuvo que liberar a Mayelín Carrasco. Y luego, la secretaria del partido comunista y la gobernadora, la acompañaron en una foto como para que los de otros lugares piensen que todo estaba bien y que los que se levantaron en aquella tierra heroica, cerca de donde murió Martí, estaban confundidos.
Mi apuesta siempre será por las mujeres. Si alguien va a tumbar al gobierno cubano serán ellas. Por las mujeres comenzará la chispa que incendiará el país llegado al momento.
Juro que me llena de orgullo ver a nuestras féminas pelear por ellas, por sus familias, por sus congéneres y por su país. Cierto que otras mujeres, como las arrastradas de la dirigencia, se pliegan a los represores, pero esas están en minoría.
Gloria a las mujeres cubanas, que son el más sublime símbolo de rebeldía, y lo volvieron a demostrar en Río Cauto, sacando a relucir las gónadas que los hombres no tenemos.